jueves, 23 de abril de 2009


¿Vacío? ¿Angustia?

En las horas que corren, en todos esos pasos de cada día, podemos experimentar momentos de sequedad o de aridez... Pero sabemos muy bien que una cierta angustia, de tantos rostros, nos asalta de varios modos y de sorpresa. Esta exhortación se dirige especialmente a no detenerse ni a temer los vacíos o los ruidos de este mundo, aún cuando aparezcan como excesiva amenaza. Es verdad que no siempre es posible discernir rápidamente acerca de lo que nos ocurre. Pero el principio del confiado "abandono" puede evitar la caída y el desconsuelo. Lo que nos parece tan insoportable y extraño es ocasión de un "lenguaje" nuevo, de una apertura que se opera en el alma y despeja horizontes cubiertos y sombríos. ¿Demasiado optimismo? Espero que no. Lo desconocido quizá sea más "conocido" de cuanto podamos sospechar. Por ello se hace urgente un cierto arrojo y una verdadera independencia de "lugares comunes" o de modas y cosillas menores que atajan el andar sereno.

sábado, 18 de abril de 2009

Ermita interior

En el corazón, donde todo puede callar y todo calla (si nosotros lo permitimos), se renueva, a cada instante, la Presencia de Dios y nuestra vida misma. Sin ansiedad alguna, sin tensión, ni angustia, sin temor desde luego, reposamos en el Corazón de Aquél que nunca está lejos. Basta un instante de fe, de esperanza, de amor; porque Él llama, incesantemente, a nuestra puerta. No pensemos que es difícil abrir, no juzguemos acerca de "introducciones" o de "métodos", simplemente hemos de DEJAR, en la paz que nos es dada, aún en medio de las mayores pruebas.
La oración es directa... e inmediata. -¡Señor, sí quiero, te quiero a Tí!

viernes, 17 de abril de 2009

Sigue tu camino, no temas

En esta Pascua, con júbilo y gozo, nos exhortamos, unos a otros, a confiar en el Señor. Sobre todo queremos subrayar, esta vez y una vez más, la fe en la Providencia y su lugar central en nuestras vidas y en nuestra historia. El camino es maravilloso y, a pesar del dolor y de la fatiga, es auténticamente fecundo, por gracia y don de Dios.

Sigue tu camino, no temas

Una vez más subrayamos la confianza en Dios. Nunca será lo suficiente, sobre todo cuando el escepticismo hace estragos... Una verdadera conversión es aquella que consiste en acualizar la certeza de la Providencia y su lugar central en nuestra vida y en la historia. Sabemos ¡cuántas veces lo decimos! qué es la Pascua y el anuncio que comporta, con el gozo y el júbilo de una vida nueva, sin cesar renovada, por gracia y don de Dios. En este momento, pues, volvamos decididamente a casa, a la casa del Padre, que es nuestra verdaderamente en la Esperanza. Nuestro testimonio es fecundo para todos aquellos que, a nuestro lado, también retornan a la Casa Paterna.

sábado, 11 de abril de 2009


viernes, 10 de abril de 2009



¿Soledad?

ALBERTO E. JUSTO

ASPECTOS DE LA VOCACIÓN EREMÍTICA


No pretendo diseñar un tratado de la vida solitaria. No pretendo añadir absolutamente nada a la luminosa tradición. Sólo es mi intención ahora hablar de la ermita escondida en el corazón, de la vocación a la soledad de todo viandante. Porque nada existe en la Iglesia que no sea una suerte de arquetipo para otras realidades, ya que comulgan todas en el mismo Misterio del Único Cuerpo Místico de Jesucristo.
Los caminos de la soledad se descubren, con harta frecuencia, en las horas de dolor, de sufrimiento. Sobre todo cuando ese mismo dolor es escondido y sin testigos; cuando –en suma- se cae en la cuenta de que nadie lo conoce y pasa desapercibido para cualquier observador.
Esta es una condición que abre la profundidad: no recibir atención. Se trata, en efecto, de una vida sin testigos. Cuando el peregrino acierta a descubrir esa calidad inaudita de su tesoro, que supera cualquier estima o valoración humana, se dará cuenta de la urgencia de mudar su atención y de dirigirla hacia otro horizonte.

La primera nota que vamos a destacar es lo que podemos denominar aceptación. En efecto, comporta una actitud y un hábito de reflexión, asumiendo, con seriedad y júbilo, lo que es dado desde el principio: el propio cuerpo y la propia historia. Y, al mismo tiempo, el ámbito de la peregrinación, a saber, el espacio y el tiempo, la hora y el lugar.
Ahora bien, esta aceptación no se realiza de una sola vez en algún momento ideal de la vida. Al contrario, su urgencia se va manifestando con el tiempo, con la misma experiencia. Y aquello que parece que debiera darse al inicio se da, sin embargo, al final.
Por otra parte aceptación no significa resignación. Cuando ya no queda más remedio, cuando las circunstancias ahogan, en suma, cuando todas las salidas están cerradas no queda otra que aceptar lo que toca... Pero no ha de ser así. Precisamente de este modo resignado se pierde toda la bondad de la situación y la oportunidad de pasar más adelante.
Aceptar se entiende, ante todo, como una actitud contemplativa que empieza por maravillarse y admirarse. Y asume el don, sin más, como cosa propia y con gozo.
No es el sufrimiento el que ha de invalidar o disminuir la aceptación en la vida del peregrino. Quizá sea a raíz de una pena, de algún fracaso, como llegue a entrever lo mejor de su actitud. Porque, tantas veces, el dolor hace transparente la muralla que nos separa de la verdad.
Queda señalado este primer paso, cuyas consecuencias y características son múltiples. Sin duda una aceptación verdadera comporta la asunción de lo que se posee, de algún modo, o de lo que no se posee en absoluto. Y, desde luego, lo que al prójimo respecta y pertenece. Todo lo cual es una disposición para el gozo de ser, de abrir los ojos a la irrenunciable aurora. Es claro que estamos proponiendo otra visión u otra forma de entender lo que comporta o no comporta poseer.
Es posible que lo que aprendemos a aceptar en los otros lo llevemos también en el corazón. La alegría por el bien ajeno acabará por dar al sujeto eso que ha sabido descubrir y valorar en otros, con independencia de sí mismo y con generosidad. Por otra parte, con la delicadeza de sus sentimientos, ha pasado más allá de lo aparente y de lo inmediato y superado cualquier vulgaridad egoísta.

Aprender a aceptar es el comienzo de un camino. Y habrá, a cada paso, descubrimientos singulares a raíz de la transparencia de las cosas. El peregrino sabe que su andar es de un valor inmenso. Cada período, cada jornada, cada ocasión, cada vuelta es de inimaginable fecundidad.

Surge de los acontecimientos una constatación peculiar, que no podemos pasar por alto. El deseo del corazón sobrepasa las ocasiones, las figuras, las imágenes, los tiempos y los lugares que se ofrecen en este mundo para satisfacerlo. Desde luego que esta es una verdad muy vieja. Cualquiera puede alcanzarla a partir de su experiencia por más modesta que ésta sea... Pero la respuesta comporta que ya mismo pueda encontrar el peregrino su propia senda.
No se trata de aguardar a mañana ni de sacudir los aires con indignación por nuestra indigencia. Reconocemos que no hay caminos, ni instituciones, que lleguen a responder en plenitud. Por tanto cualquier limitación abrirá otras puertas en zonas más profundas e inesperadas.

La vida solitaria es, en realidad, un descubrimiento maravilloso de nuestra condición más profunda y de esa persona escondida que late y vive bajo las apariencias de una estructura, del “yo” falso y postizo de la superficie.
La recuperación del “fondo del alma”, el descenso al corazón, de nuevo hallado, indican el camino que todo peregrino sigue hacia la plenitud.

Téngase presente que esta condición no se adquiere. Simplemente se descubre ya existente cuando se es llamado. Llega la hora con sencillez y no acertamos a fijar fecha alguna... ¿Cuándo empezó? ¿En qué momento me di cuenta de este especial llamado a la soledad interior? Todo esto no cuenta, carece de importancia. Lo que debe subrayarse es la originalidad del hecho, porque, en efecto, cada caso es irrepetible y no se reduce caprichosamente a ningún género. Dios llama personalmente y los caminos conciernen a los que por allí andarán.
Tampoco es necesario hacer algo. La primera actitud de quien es llamado a la soledad interior es aprestarse y permanecer a la escucha. Es una atención nueva para estar y quedarse en el corazón.

Paz interior

ALBERTO E. JUSTO






ENTRE LA LUCHA
Y LA PAZ
DEL CORAZÓN



Muchos se preguntan, ante la severidad de esta hora, si es posible gozar la paz profunda que nos ha sido prometida. Es muy posible que una lucha constante, la experiencia de la impotencia y otras características del ambiente y de la historia, acaben por descorazonar y desanimar a los peregrinos, obnubilando la magnífica realidad de la promesa del Señor.
Ahora bien, entendámonos desde el principio: la responsabilidad de nuestro dolor la llevamos nosotros mismos en razón, sobre todo, de nuestra pereza. ¿De nuestra pereza? Sí, en razón de que nos quedamos a la mitad del camino y no buscamos, con ahínco, el bien que –en verdad- ya poseemos. No estamos conformes, lo que no es al menos en principio censurable, y nos quedamos detenidos, sufriendo y lamentando la situación que nos aplasta…
El hombre ha olvidado, ha dejado de lado, la búsqueda de su vocación profunda y ha quedado, también colectivamente, maniatado ante el tejido de las circunstancias, cada vez más asfixiante.
Por ello es necesario ahora mismo encarar con coraje esta nueva faz de la peregrinación que seguimos. No nos valen argumentos antiguos. Las razones viejas parecen resonar inútiles y hasta mordaces en nuestros oídos. No tenemos recursos y solamente atinamos a encerrarnos en encuentros y en reuniones que únicamente se caracterizan por su superficialidad y por su inutilidad.
No es posible avanzar por estos caminos sin una muy seria vuelta a lo profundo y, desde luego y antes que nada, a Dios. Pero no a una idea de Dios. A Dios mismo, a la vida en Él, a una experiencia que no se detenga en frases hechas, lugares comunes y fórmulas estrechas.


En primer lugar formulemos, nuevamente, esta pregunta por la vocación profunda. Yo la llamo así, en razón de saberla compatible con cualquier opción externa o con toda forma de eso que vulgarmente se acostumbra a llamar vocación.
En efecto, somos ya aquello para lo cual Dios nos llama. Sin duda, antes que nada, al ser, a la misteriosa e inefable participación del Ser. Se trata de un llamado que tiene esas hondísimas raíces más próximas de cuanto pensamos. Porque la solución de nuestros problemas no está nunca lejos. Somos nosotros mismos los que hemos desertado y estamos muy lejos.
Es posible de que topemos, a cada paso, con un número casi infinito de insuficiencias, de errores, de carencias y de faltas de todo tipo. Una y otra vez, aún en los ámbitos de las técnicas que parecen darnos todo lo que necesitamos. Este tope, sin embargo, es de primera calidad. En suma, es una enseñanza de primer orden… ¿por qué? Porque lo más urgente es el límite que nos enseñe hasta dónde es falible la industria humana y hasta dónde nos es conveniente salir a buscar en otra parte, sin resentirnos o ni siquiera molestarnos por ello.
¿Queremos disponer de un móvil o de algo similar? ¿No lo tenemos o no contamos con eso? Pues vamos a pie y descubramos todos los beneficios de caminar. Mejor aún, descubramos la espiritualidad y la hondura de la marcha. Metámonos adentro, muy adentro, de esa circunstancia penosa e imprevista que nos asalta y nos molesta.
¿Será necesario también agudizar el ingenio? No se trata de esos detalles que cada uno habrá de procurar en la vida. Hablamos de ser, de ser hombres y personas que saben que la inteligencia ha de empeñarse en una magnífica e incomparable aventura: el descubrimiento y la conquista del ser. Porque la inteligencia esto ya lo tiene, porque debe alcanzar lo que ya posee, decimos que ha de conquistar su virginidad original, su luminosa pureza, ingresando en el misterio del corazón a través de la memoria. Y es aquí donde se juega este primer paso: purificar la memoria e incorporar el hábito de tener presente quién es o qué es, en verdad, el peregrino.
Memoria de sí y memoria de Dios, jamás separadas. Paso inicial en la Fe y en una reflexión necesaria, a fin de cambiar la dirección que se llevaba. En lugar de perderse en los arroyuelos y en los detalles de mil cosas, encarar con coraje la dirección de todos nuestros pasos y su sentido, a pesar de las pruebas eventuales y de las situaciones adversas.

El gran secreto está en el Misterio del Abandono. No sé qué se pueda decir, ni cómo indicar un camino que sólo puede descubrirse en el silencio de la Fe. ¿Por qué el abandono? Es la entrega total del Hijo del Hombre al Padre. No hay otro paso en la vida que no sea el que es la misma vida. Es el mismo movimiento del nacer. El nacimiento de Dios en el alma comporta el abandono en el Padre y al Padre, en el Espíritu…
Es este un Misterio muy grande. Pero es el Misterio de la vida. Aquí se resume y se resuelve todo.
Aunque yo sé muy bien que estas palabras sólo alcanzan a balbucir, ¿qué digo? ni siquiera a iniciar expresión alguna. ¿Las lágrimas? ¿Son una expresión mejor? No lo sé, no lo sé. La Palabra que surge del Silencio, al Silencio vuelve… ¡Ah, el silencio! El mismo silencio que vivimos en la recepción de la Santísima Eucaristía. ¿No es así? Dios está aquí. Y yo sé, Señor, que todo se enciende cuando levantamos los ojos interiores y el alma hacia Ti, porque Tú mismo nos aspiras en Ti…
Es cierto que las sendas son desconcertantes. Es cierto que somos perseguidos no sé cómo. Es cierto que nos descubrimos pobres ovejuelas en medio de lobos rapaces. Todo ello es cierto. Pero hasta ahí, hasta aquí, y más adentro aún, has venido Tú para rescatarnos y levantarnos hasta Ti, entrañándonos en tu Vida plena de Amor. ¡Tanto has amado a la humanidad, Señor! ¡Tanto nos amas, a cada uno, directa y personalmente! Y mucho más de cuanto yo pueda sospechar.
Hoy sufrimos los caminos del Huerto sin mayores explicaciones. Hoy nos damos cuenta que no importa la aridez o las asperezas del campo donde se halla el tesoro. Lo que importa e dejarlo todo y adquirir el campo, no por el campo, sino por el tesoro que está escondido en él. Y aunque esté muy escondido, bien secreto y celado. ¡Y tan duro es este campo en esta hora! Esperábamos que fuera más placentero, como otros esperaron que Tú restauraras el reino de Israel… Pero el tesoro es siempre más profundo, más inconcebible, más inmenso, más inefable… El tesoro no se dice. Es y está… Es y está…
En verdad que todo es inesperado en estas jornadas que transcurren, que parecen perder sentido. Nos hallamos en ambientes que no reconocemos como nuestros… ¿No dice, acaso, el poeta que en su hogar se siente extraño y en su patria forastero? Esto mismo se repite para nosotros y, a cada paso, recibimos lecciones de nuestro indudable exilio.
Pero Tú, Señor, te hiciste peregrino hasta le mismo infierno, pasando por la Cruz y el Abandono…Que, como Tomás de Aquino, no quiera yo nada que no seas Tú mismo.

Continuamos estas meditaciones, convencidos en la urgencia de una constante inmersión en el ámbito de lo divino. Nunca será suficientemente señalado este hecho: La perseverancia y la constancia a pesar de todo.
¿Es necesario al hombre el aplauso de los otros hombres, de sus semejantes, mujeres y varones, en una sociedad informe y caótica? ¿Es posible sostener la terrible lucha en soledad? ¿Es posible continuar a pesar de la enemistad circundante? ¿En qué medida afecta al peregrino el imperio de la mediocridad? ¿Lo afecta, en realidad?
Quizá no se trate ya de mediocridad. La guerra que se ha desencadenado, y que no todos alcanzan a percibir, es predominantemente espiritual. No puede, en modo alguno, plantearse en términos solamente humanos. Lo que acontece ahora, y en la medida que sea en todos los tiempos, no halla explicación ni sentido en este mundo, ni se resuelve con el positivismo al que estamos habituados.
El Tiempo queda superado por el Tiempo... Hay algo que ha quedado atrás, hay algo que ha muerto. El nihilismo, que impera despóticamente, lo dice y lo repite para quien preste, al menos, un poco de atención.
El mundo está, cada vez, más desolado. Esta afirmación parece superflua y carente de sentido o de precisión. Sin embargo somos testigos de la apertura de un terrorífico vacío, cuyos límites son inobservables...
No puede desconocerse el hecho del nihilismo. Sería muy enojoso entrar en detalles ahora. Basta, para nuestro intento, señalar huellas y efectos que, en todo caso, podrán ayudarnos en la búsqueda que nos hemos propuesto.

Dejo constancia de la lucha que se plantea en el mismo sujeto cuando debe optar o empeñarse por algún valor. El mundo contemporáneo es un almacén de aburrimientos, un gigantesco arrebatador de entusiasmos, un verdadero aguafiestas. Al hombre que se aventura por aquí o por allá lo desilusiona, pretendiendo de él tantas cosas para que no alcance ninguna.
Quizá sea un método dejarse enamorar. Sí, desde luego, pero: ¿por cuál cosa? Conozco no sé qué realidad y acabo por contemplarla deslucida y sin gusto. En suma, la pierdo o nunca puedo abordarla. Es como una burocracia de fantasmas. Un requisito se añade a otro, una firma o un sello más, quizá otro certificado y , luego, otro más. Siempre me queda algo por hacer o por obtener.
Muchos hay que agregan títulos de esto o de aquello. Hay otros que no se sienten nunca capaces porque juzgan a los demás o se comparan constantemente con ellos...
Muy luego manifiéstanse otras instancias más peligrosas todavía. Aguardamos el aplauso y la aprobación que nunca llega, o no estamos satisfechos de la acogida o del reconocimiento obtenido... O nos disgusta sabernos tan solos, tan solos en realidad, porque nada vale sin el consenso pretendido.
Podríamos seguir, pero lo dicho es suficiente. El ámbito no parece favorable y termina por desvanecer nuestras fuerzas.

¿Vivimos tiempos especiales, o como quiera llamárseles, que justifican o explican, por lo menos, la presente situación? Siempre hemos sostenido que todos los tiempos son especiales, por lo tanto no cabe refugiarse en la severidad de la historia... Todos pueden hacerlo, siempre. Pero esta hora presenta características propias y debemos ubicarla como eslabón, desde luego, en un proceso mucho mayor, cuyos límites precisos desconocemos.
Lo que sí hay que subrayar es que no es indiferente lo que vivimos ante el curso de los acontecimientos pasados. Esto es: somos siempre herederos. No, de ninguna manera: condicionados o esclavos de lo que viene de ayer, pero sí herederos y herederos responsables.
La lucha es tenaz porque el campo es nuevo y no era imaginable, así no más... El campo es el inmediato y la batalla se libra en nuestra casa, en nuestro hogar... Nos atacan aquellos de quienes menos hubiéramos podido aguardarlo...

Pero ha llegado la hora de las sorpresas... Quiero decir que Dios permanece en el silencio del alma aún en esos momentos inesperados de perplejidad y de dolor. No sabemos qué ocurrirá... Presumimos acontecimientos portadores de novedades, quizá no deseadas, o de pruebas inéditas o lo que se quiera suponer. Pero el Señor está ahí, aquí. Él Es. Y no ha de alterarse la Paz, porque la paz es Él, Él mismo. Más todavía, ante lo que nos deja sin habla, ante lo que nos quita el respiro... podemos decir, sin temor a equivocarnos: Señor, eres Tú. Tú siempre Eres...
El hallazgo permanente es el abandono fecundo. No sé, no quiero saber. Son dos pasos: primero No sé, segundo: No quiero saber. Es hora de evitar las conmociones que tienen por objeto “desviar”. El ataque del enemigo consiste en desviar. Esto es lo primero que ocurre. ¿Y cómo desvía el enemigo? Pues sembrando inicialmente la confusión y el desconcierto por el miedo, por la angustia, por el interrogante sin respuesta, por la situación sin salida. Entonces: nada, no quiero saber más. No sé más.
Quizá el mejor remedio sea dormir, soñar... Siempre ir más allá de las menudencias que la tentación plantea. Más allá, más allá. ¿Somos débiles? Enhorabuena: el Señor ha tenido y tiene piedad y misericordia de nosotros. Y nos perdona y nos levanta donde no sabemos... Todo está en Él, todo viene de Él, en Él somos, nos movemos y existimos.
Ahora mismo tememos perderlo todo. Ahora mismo respondo: no sé qué hará el Señor para que yo lo gane todo.
¿Y si nos equivocamos? ¿Y si, movidos por la emoción, reaccionamos y damos pasos en falso? En el momento de recapacitar volvamos a la calma primera y convenzámonos, con la paz, de que Dios aprovechará ese acontecimiento para nuestro favor. Pero retornemos a la paz y callemos. El tiempo nos ayudará.
No temamos ser luego muy firmes, según nuestra conciencia. Lo que importa es no reaccionar mal. Con la calma todo se obtiene.
No existen los opresores si nos reímos de ellos, si no los tomamos en serio. Con una sonrisa es siempre posible decir que no. Firmes, pues, en abandono y en paz. Firmes y con claridad... Sin miedo, sin temores. Dios está aquí.

No es cuestión de insistir en todas estas cosas. Sabemos ya que no hemos de atascarnos en el camino ni encallar en los bancos de arena. A veces pareciera que algunos prefieren los laberintos... Pero no, de ninguna manera. Sabemos que más allá de las apariencias todo es diáfano y los inconvenientes burocráticos, institucionales o grupales no son en realidad.
¿Tiene el hombre valor para arriesgarse y escapar de las garras que lo sujetan a modas, estilos, prejuicios, consensos, presiones y tantas otras cosas del género? ¿Eres capaz de arrojar el televisor al canasto de la basura? Conozco a un padre de familia que lo hizo así, con gran escándalo de los presentes... Pero aunque no compartamos actitudes extremas reconozcamos que el gesto simbólico de una libertad real es importante. Que no nos interese el... decir de las gentes es un mérito cuando sabemos que, en plena conciencia, cumplimos con un deber. La misión no es, desde luego, quedar bien. Disolverse en esta suerte de asfixias es pésimo para la vida espiritual y para la salud.

Pero es, también, ésta, la hora de la necedad. Son legión los que no alcanzan a ver, o no lo quieren, la realidad del camino y se sumergen en banalidades y en los vericuetos y laberintos de las instituciones muertas. Delante de nuestros ojos varones y mujeres abandonan los cuadros antes repletos de tantos lugares, para buscar en horizontes quizá lejanos lo que la estupidez circundante les niega. Pero los responsables siguen enfrascados y encerrados en apretadísimos e irrespirables ambientes, jugando a burócratas y haciéndose la trágica ilusión de gozar de un poder inexistente.
La Madre de Dios dijo a San Juan Diego palabras admirables que quisiera señalar aquí: Lo que te aflige es nada (...) ¿No estoy contigo Yo, que soy tu Madre? Véase bien: los poderes de este mundo (los que fueren) son nada.
En realidad debemos recuperar la dimensión más alta... Y, he aquí la paradoja, la misma comporta un cierto descenso, una derrota a los ojos del mundo. El triunfo verdadero no está donde lo buscamos o donde aguardamos milagrosamente encontrarlo.
Lo propio de la aristocracia espiritual es la compasión. Lo más alto es llegar a sufrir por otros y con otros. Es éste el camino, opuesto al del viejo burgués, o al del ahorrista mezquino, que crece, que gana, que guarda en sus cofres, que vence a otros, que se regocija porque es mejor que otros... El aristócrata auténtico, sin detenerse en sí mismo, sufre por otros, ofrece por otros. Su vocación es la de redimir y salvar.
Por ello quien sigue ese camino escondido se coloca inmediatamente bajo el manto de la Santísima Virgen, que es Madre y Señora. Es la Dama, a quien son ofrecidos todos los triunfos del amor... Ella es permanente modelo de quietud contemplativa y de empeño en la redención de los hombres. Nadie alcanza la fecundidad en semejante misión sin incorporarse en esta corriente de Amor y de Gracia que procede del mismo Espíritu de Dios y con Él se identifica.


La Belleza

Es indudable que olvidamos, con frecuencia, los caminos recorridos hasta hoy. Digo que los olvidamos porque solamente recordamos lo más superficial. Dejamos de lado las huellas profundas de una experiencia que podemos considerar permanente, aunque no le prestemos demasiada atención o la olvidemos con rapidez. Es verdad que la Luz no es avara. Lo invade todo, todo lo llena cuando abrimos de para en par las ventanas del corazón. Cuando abrimos para ella...
Esta luz despierta nuestro bien o, mejor, ella misma es nuestro bien. Adherimos interiormente a la belleza que se manifiesta en una imagen, en el arte, en un paisaje, en las flores, en la música..., y aprendemos, sin duda, de esta manera a subir por encima de las manifestaciones para abrazar o dejarnos abrazar por el centro escondido que todo participa.
No se trata de situaciones agradables o simplemente placenteras. No se trata, no, de gozar de esto o de aquello. Hablamos de la hondura inefable, de esa aurora que siempre se renueva en el espíritu. Cualquier paso es la ocasión y no la impiden las costras o fealdades aparentes que topamos en nuestro camino. Recordemos siempre que lo más íntimo, profundo y fuerte es lo que aparece más débil y vulnerable. Recordemos que cualquier dolor o desengaño es la oportunidad para ir más adentro... Es necesaria y urgente esa paradoja que tanto nos brinda y nos ilumina en nuestra peregrinación.

Situaciones.
Pero es claro que el descubrimiento de la Belleza y aún su participación en el gozo más elevado, presupone la valoración o la aceptación del medio en el cual se manifiesta, a saber: las condiciones de la presente peregrinación. Los sentidos externos nos vuelcan un alud informativo que parece constituir lo más próximo e inmediato. Es cierto que todo ello “toca” de alguna manera a la persona, pero no es lo más próximo e inmediato. Por lo menos no es lo íntimo, aún cuando le otorguemos el valor excesivo que, con tanta frecuencia, otorgamos. Dos piedras están una junto a la otra, se tocan la una con la otra, pero hay un límite, una distancia entre ambas que no es posible vencer. El anverso y el reverso de una hoja de papel. Los dos lados están muy cerca, no podemos negarlo, pero nunca se podrán superponer.
Pero volvamos a las piedras. Ninguna puede entrar en la otra, permanecen irreductiblemente vecinas, una cabe la otra, pero no pueden comunicarse nada, son extrañas entre ellas... En cambio una gota de agua puede caer en un recipiente lleno de vino. La gota de agua penetra el vino hasta hacerse una con el vino... Así ocurre con la Belleza y con todo lo espiritual. En definitiva, lo invisible nos es más cercano y siempre más íntimo, aunque los sentidos externos nos aporten tantas figuras e imágenes que impresionan nuestra sensibilidad pero que no pasan de allí si no les franqueamos la entrada.
En el mundo que vivimos los gritos de lo visible se tienen por muy poderosos. En efecto, los fantasmas de papel sucio y cartón ordinario levantan sus perfiles amenazadores y apuntan al hombre no preparado ni advertido. El pobre peregrino va asustado y se vuelve, con tanta frecuencia, como la mujer de Lot. Y, desde luego, el espectáculo es deplorable. El hombre, carcomido por las más menudas ambiciones, hambriento de un poder que no poseerá nunca, fracasado y cansado de su propia necedad, se arrastra generando las más extrañas combinaciones para tejer una seguridad imposible: la de su técnica, la de sus previsiones, la de sus manipulaciones...
Pero esto es extraño, completamente lejano a la vida verdadera, aunque parezca aullar tan cerca. Los fantasmas son eso: figuras que dan miedo como en las viejas historias de terror. Los ensayos de los barberos, de los curas, de las sobrinas y de tantos necios bachilleres, son nada más que eso: cuentos de terror.
Pero –se me dirá- ¿qué hacer frente a la injusticia reiterada de tantos tiranuelos, cuando la angustia nos oprime, cuando nos vemos asediados y abofeteados por ese poder tecnócrata, que todo lo ocupa y lo invade, que ya no nos trata como a verdaderas personas? ¿Qué hacer cuando perdemos consideración y paz, cuando ni siquiera respetan nuestras dolencias y nos arrojan en medio de una calle desierta para morir de hambre?
En primer lugar sabe una cosa: Dios no resuelve los problemas de corte abstracto o genérico. Esos, tantas veces, no existen o se resuelven y desaparecen en el marasmo de la necedad del mundo. Por tanto -¿sabes?- sólo estás tú. Sí, es verdad, te dejaron solo... Pero yo digo otra cosa: lo único que hay es esto: lo que ahora vives. Entonces: ¡calla!. Aquiétate y retírate. Siéntate en tu escondrijo. Date tiempo. No te respondas rápido. Si es posible duerme un minuto. Haz, presto, un espacio. Lo peor de todo es que ese barullo que te asalta te niega ese mínimo espacio. Y, en él, no encuentras nada.
A pesar de ese vacío de angustia, de pesar, de pena, de desengaño, de dolor, ¡quédate! Si es necesario arrójate sobre el suelo, déjate caer... Cuando tengas conciencia más serena de encontrarte ahí abajo, mira abriendo apenas los ojos. No, no dejes que nada te invada demasiado a través de ellos... Pero entreábrelos. Estoy seguro que si eres conciente de tu silencio, de tu nada, de tu caída, descubrirás al Señor aún más bajo, muy por debajo de ti. Él te dirá: -te estaba aguardando. Desde hace mucho tiempo estoy aquí.
Y tú no sabrás muy bien qué decir. Sin duda conservarás contigo el pesar y las penas, pero habrás comprobado que más hondo hay caminos que no existen allá arriba en el plano de las estupidez establecida.
Cuando los que te perseguían, con sus acciones o con su indiferencia, te dejaron solo, adquiriste la certísima noticia de que ya no están más. Esto es: estás solo. Comienza por alegrarte y fíjate bien: ahora se abre el panorama de las infinitas ocasiones de tu potencialidad creadora. Sí, porque el Señor creará contigo y en ti un camino totalmente nuevo. Quizá no te dará excesivas comodidades; pero ¿qué más quieres? Es nuevo y más que nuevo: lo pasado ya pasó.
Has descubierto que tu interioridad te abre a la libertad y a lo inmenso... Que todo lo más bello te es inmediato y familiar. Deja que los muertos entierren a sus muertos, tú vuelve en paz a tu corazón.

Esto lo vivirás en las instituciones y en todas esas asociaciones humanas que han antepuesto las técnicas al orden personal y cordial. El hombre sabe que ha perdido honor y cultura; y no encuentra otro modo de salir del atolladero que arrastrando a sus vecinos en la misma ciénaga donde se ahoga con rapidez. Pero a ti, si eres creador, no podrán empujarte ni llevarte adonde no quieres. Ten siempre el coraje de tu secreto y de tu libertad.
Recuerda siempre, no lo olvides, sólo posees en verdad lo que en verdad amas. Quizá creas guardar muy bien alguna cosa, tal vez te empecines en tener sensaciones de dominio en lo que sea... Pero todo eso es extraño, lejano y sin sentido para ti. Sólo es tuyo, en una posesión abierta, pura y desinteresada, aquello que en verdad amas... Por esa razón no irás nunca a ninguna ciénaga, porque nadie podrá apartarte de lo que amas. Ten bien presente esto y no te mientas ni te engañes jamás. Más estás donde amas, más está allí el alma, que donde te parece o donde simplemente te impresiona.
En suma, aunque estés al lado puedes hallarte muy lejos, a veces con una distancia infinita.
Por tales razones el hombre no puede ser esclavizado por su entorno o por el ambiente en el cual vive. No es el camino el que hace al peregrino sino éste quien crea y traza a aquél con su andar.
Es así que estás cerca y acabas por convertirte en aquello que amas y quieres. Aquello que amas... No dejes de amarlo ni lo abandones. Tu constancia y tu perseverancia darán los mejores frutos. Sigue..., sigue siempre.

El asedio del enemigo, pues, es exterior, externo; está fuera y no podrá hacer nada, salvo que se la abra camino. Todo el estruendo de un mundo hueco y vano no llega a destino sin invitación previa.
El arma más eficaz del peregrino es la compasión. En efecto, es esto lo que convierte toda guerra en paz. El enojo, la ira, las vindictas, todo eso es falso, engañoso, carente de resultado, infecundo y vano. Por otra parte siempre acaba mal.
La compasión, en cambio, es modo divino. El compasivo imita a Dios. Todo el secreto está ahí. La paciencia se fortalece y alimenta de compasión, que es verdad. Porque Dios se compadece de todos y a todos quiere salvar.
Se dirá por cuál razón la injusticia triunfa con tanta frecuencia o el cinismo no halla tope o castigo. Es claro que viendo las cosas desde ellas mismas esto parece ser así. Pero vistas desde lo alto, en otra perspectiva, cuando no necesitamos reivindicaciones de ningún tipo, el cuadro ya es diferente. De todos modos es preciso meditar más en el Misterio de Dios, esperar y confiar en Él.

sábado, 4 de abril de 2009

Si quieres... tanto...

La vida contemplativa


1.- La vocación contemplativa comporta un misterio abismal. No nos detendremos en ninguna definición. Sólo una advertencia inicial: Si quieres seguir la senda de la contemplación, prepárate para la prueba y para la lucha. El enemigo no te dejará tranquilo. Deberás abrirte paso por rutas de difícil tránsito. Hallarás muchas puertas cerradas y tendrás que saltar o superar vallas y fronteras. Sobre todo toparás con lo que no aguardabas o con lo que contraría la lógica humana. Te preguntarás, entonces y con frecuencia, si trazas la vía adecuada… Esto ocurrirá muchas veces, muchas veces. Pero tú sigue y camina. Olvida sin temor. Ve directamente, aunque los alrededores no parezcan aquellos que suponías. No hay “medios” ni hay “por-qué”… Si pretendieras explicaciones, si te atrevieras a pedir manuales o tratados, métodos y reglamentos, perderías la senda verdadera. El desierto también es milicia…

2.- Pero nada significa todo ello. Es preciso seguir adelante y atender el llamado. Fíjate muy bien: no te empeñes en hacerte contemplativo, como si debieras alcanzar no sé qué objetivo. ¿Quién eres? Ni éste, ni aquél. No insistas en parecer, ni en coleccionar “méritos” para lo que sea. DEJA SER EL SER. Deja. Admírate y cúbrete en el silencio, en las dimensiones sin fin, en el desierto, en el mar. Que nadie descubra tu secreto. No te preocupes por ningún letrero, ni gastes “chapa” alguna de identificación.

viernes, 3 de abril de 2009


Te propongo esto… Vuelve, poco a poco, a tu corazón. Desde luego, inicialmente: calla. Con serenidad y paz huye de las consideraciones (de todas ellas) que, desde hace poco o desde hace mucho, te abruman o molestan. Déjalas de lado. Puedes decir dos cosas: o todas ellas te sirven para tu bien espiritual (incluidas las humillaciones y los fracasos) o de nada valen y no tienen peso alguno: no existen.
Lo más probable es que tengan su sentido. Quizá enseñarte (con insistencia) a no temer. Tal vez, con mayor fuerza, a que compruebes que, a pesar de todas ellas, puedes y debes seguir tu camino. Lo que parece estrujar la libertad puede convertirse en el detonante de la conciencia para vencer a todos los enemigos de ella.
Luego investiga acerca de un primer descenso, hacia adentro. Lo primero será valorar el don de Dios que eres tu mismo. Nada ni nadie te quita tu lugar en el Corazón del Señor. Si lo aceptas: te encuentras en Él. Así de simple.
El Amor de Dios no se adquiere ni se compra. Has de aceptarlo. Vive estos instantes de meditación con suma sencillez. No es necesario que asistas a ninguna carrera, ni corrida, ni examen. Ni que acudas a recibir premios necios, ni que te veas rodeado de mirones impertinentes. Nadie te juzga, porque nadie puede juzgarte. Si alguien se entromete, déjalo pasar. Y nada más.
Entonces: olvida. Porque lo más profundo no tiene figura para ti, sino silencio.
Y pasa adelante. Acoge, descubre la sonrisa inefable entre la Madre y su Hijo, entre Jesús y María. Quédate allí (aquí) un instante. Alégrate… Piensa que nada ni nadie te aleja de esta maravilla, que es tu participación escondida en la soledad de tu ermita. En medio de tu santuario, en tu corazón.
Haz silencio, no te agites ni procures cosa alguna… Déjate llevar por esa brisa que es amor inefable.
Quizá algunos “pensamientos” acudan a perturbar precisamente en este momento. Pues nada, no te identifiques con ellos, sepárate… Entre ellos hay aperturas, espacios, grietas… Vuélvete y pasa más allá y a través. Sírvete de la puerta estrecha. Reposa…
No aguardes esto o aquello. No te sorprendas de pensamientos nuevos, ni de situaciones o sucesos desagradables. No temas las tinieblas: allí está el Señor de camino. Silencia todas las voces impertinentes. Tú mismo puedes hacerlo en tu interior.
Y abandónate.
Firme en la Fe, no vaciles. ¿Qué o quién puede apartarnos del Amor de Dios?
El Silencio en el corazón es densidad, es Presencia. Persevera y no temas.

recupera el silencio

¿Has visto hoy la Aurora? ¿Sabes que Dios habla en todas partes?
Oración primera…, camino sin rumbo y, aparentemente, sin destino. Ayer todo era más claro, más diáfano. Por lo menos veía el suelo que pisaba, la tierra que me sustentaba… Y más lejos el horizonte –tal vez lejano- pero inconfundible: era hacia allí.

Hoy es muy difícil decir nada acerca de todo ello… Quizá lo primero, lo mejor, lo más oportuno y lo más noble sea volver al silencio más profundo, a la quietud y a la paz…
Cuanto más se desciende al silencio y en el silencio, más se perciben los sonidos menores, por decirlo así. En estos murmullos quedos se oye más, llevan no sé qué cosa que supera en verdad y en hondura cualquier ruido de este mundo. Es como el viento que agita los árboles, como la canción del agua propia del arroyo que sigue sin detenerse, como el aleteo nocturno de algún ave que despierta, como el sonido lejano de la tempestad.
Quédate, pues, a la luz de la lámpara en medio de la noche, o si sales busca las estrellas. Trata de descubrir ese misterio que allí se esconde. Detente ante el silencio de las flores… Detente ante el silencio del dolor. Detente ante la pregunta que no halla ni tiene ahora respuesta… Cierra los ojos y abandónate a Dios.

El lenguaje silencioso que toca el misterio no tiene éxito… No procures el aplauso, ni el reconocimiento. Deja pasar, deja dormir. Tal vez un sueño te despierte a otro sueño en la oscuridad. Quizá ese sueño te lleve al verdadero sueño, más allá.

No te canses de soñar. No valen los estilos y los cuidados que crees tener con esto o con aquello. Rompe con esas cerrazones y sal al aire libre, al suave viento de tu corazón.
No te alcanzarán los volúmenes imaginables para escribir tus pasos de peregrino. No tienes que dejar constancia de nada de ello. Escribe en el Corazón de Dios.

miércoles, 1 de abril de 2009


Propósitos

ALBERTO E. JUSTO

PROPÓSITOS
EN ESTA
HORA


(QUE NO
EN OTRA)

Escribir a pesar de todo, más allá de cualquier debilidad… Más allá y más aquí. Con el gozo del sentido del absoluto de Dios. Sólo Dios en Dios. Sólo Él en Él. Tu mismo, Señor, que nada más que Tú.
¿No sería más que interesante oportuno señalar ahora un nuevo despertar en la oración? ¿Qué digo? No lo sé muy bien, pero esto de nuevo despertar tiene un admirable sentido y despierta un eco nuevo también en el corazón.
¿Has pensado, alguna vez, en la simple acogida, en la más simple apertura a la Presencia de Dios, sin más y sin otra cosa que considerar que ella sola?
Pues bien, imita a los santos y a la experiencia de las almas más privilegiadas… Sí, sin reparos y sin rubor: no hay hecho ni carisma en la vida de la Iglesia que no esté al servicio de la santidad.
Al atardecer, o –simplemente- a la noche, abre o cierra la ventana de tu habitación… O la puerta, o lo que sea. Deja un libro en su lugar, cierra un armario… Cualquier actividad pequeña, lo que sea.
Y luego, vuélvete. Dobla tu cabeza hacia la parte más oscura de la estancia e imagina que el Señor está allí mismo… Porque aunque no sientas nada Él está allí, porque está en tu corazón especialmente y en todas partes. Y ten paz, y silencia todo, y no temas.
Es Él mismo, porque Él Es. No hay duda: no puedes apartarte ni escapar ni esconderte porque te sabes desnudo. Él vendrá –siempre- a llamarte y a preguntarte. -¿Dónde estás?
Y te llamará una y otra vez… Y tu dirás: - Señor, no, aún no he rezado lo que es de mi obligación, me falta ayunar, hace varios días que no medito, estoy con los nervios a flor de piel…
Y Él, sin duda, insistirá: -¿Dónde estás?
Y tu, de nuevo, tendrás miedo porque no sabes desde dónde oyes que te llama…
¿Cómo decirlo? No sabría en este momento, ni en ningún otro, traducir lo que realmente pasa. Porque todo es SILENCIO, sí, silencio pleno que se explica a sí mismo.
¿Dónde estás? ¿Dónde has ido a esconderte? Hay mil cosas que te ocultan… Estás detrás de reparos, de proyectos, de instituciones, de modos; eso, eso, sobre todo de modos y de maneras. Y te empeñas en multiplicar las ilusiones de métodos inalcanzables para refugiarte mejor, para rechazar mejor, una Presencia tan simple e inmediata.
¿Es posible, aun hoy, reposar en la inmediatez y en la confianza? Porque tantos reparos y métodos cantan bien claro que no tienes confianza ni abandono en Dios. Te separas de Él por las modalidades…, lo alejas –una y otra vez- porque interpones ese “yo” travieso que no calla y se planta entre Él y tu y hace dos donde sólo ha de ser Uno.
Pero todo el secreto es que, de una vez por todas, te animes a plantear la verdad: NO CONFIAS. No confías en el “modo” de Dios sino en tus maneras. No hay verdadero abandono ni desprendimiento alguno de todos esos métodos que se desencadenan, como un pesado alud, desde el fondo de un pasado que es puro ocaso y nada más.
Por tanto, vuélvete, calla, hacia lo más oscuro de tu estancia. Calla y trata de escuchar…