martes, 16 de agosto de 2011

en la profundidad del valle

La "realidad profunda" sólo es adivinada en el maravilloso espejo de la Belleza, cuando nos gozamos hallándola. El ojo nos regala una visión que tiene horizonte, un cielo que nos cubre, mares y montañas, perspectivas siempre nuevas en los valles. Los rostros esconden secretos inagotables...
Pues bien, la naturaleza, aquél espacio, noche y día, esplendores y nublados, nos brindan, espejándonos, algo de nuestro secreto, algo que está infinitamente más allá de los confines. Basta mirar en "hondura", porque lo que no vemos se entrega a ese "ojo" en múltiples significaciones...
El espíritu, nuestro espíritu, es grande como el universo. Es hora de viajar.
Más alto que las montañas es evocado por las cumbres y lo conocemos, lo sospechamos, gracias a ellas. No es, desde luego, esas alturas, pero lo descubrimos así gracias a ellas.
Nunca pudiera vibrar el corazón si no hallara su "miniatura" en la inmensidad de esos valles...
Es el templo de Dios, aún escondido. Resuene aquí mismo nuestra plegaria que es la del Espíritu, con gemidos inefables...

Alberto E. Justo

El "ambiente" no es la "realidad."

Cuando vas de camino las voces se multiplican... "Sigue", dicen unos; "no sigas, detente", dicen otros... En realidad tu sigues de cara al horizonte que conoces y no permitirás las distracciones innecesarias o fuera de lugar...
Pero el "nivel" de este mundo (por llamarlo así) ahoga y detiene ¿Cómo es eso? Vamos lentamente: lo que carece de "realidad" pesa y distrae. Las ambiciones tan vanas que nos chocan todos los días son zancadillas (por lo general poco temibles) aunque suficientes para detener.
El "viejo enemigo" no te quiere ver pasar. Le disgusta tu sonrisa, se enfurece con la paz que llevas. Hará todo lo posible para ensombrecer tu rostro y dibujar profundas heridas en toda tu persona. Para ello hace irrespirable el ambiente de los caminos. Cuenta con la fatiga del peregrino y con la confusión que expanden voces desacompasadas y carentes de armonía. No necesita trabajar demasiado. Basta arrojar un balde en una escalera para producir un buen estrépito.
Sólo un empujón. Nada más. El resto lo harás tu mismo cuando prestes atención; cuando te parezca inaudito lo que percibes, cuando te escandalices porque no te ayuda Dios.
No atiendas, no mires, no te vuelvas... ¡por Dios no te vuelvas! ¿No recuerdas a la mujer de Lot? Tu sigue, con sencillez y nada más.

Alberto E. Justo

miércoles, 3 de agosto de 2011

Poco importa que te vean...

¡Tantas veces nos preguntamos -con no poca angustia- ¿por qué? ! Y es que hay acontecimientos que ahogan... Pero, detengámonos un momento. ¿Es posible imaginar otro mundo y otra historia? ¿Poseemos la clave de un camino mejor? Porque, claro, no imaginamos que, de un modo o de otro, aquello que se nos ocurre puede ser mucho peor... Esto es: resultarnos peor...
El secreto, como siempre, es más profundo. "Si quieres ser de Dios: prepárate para la prueba..." ¿Cómo es esto? Y es que esto que ahora llamo prueba se transforma en cuanto percibo su fecundidad y en cuanto considero que no es ni vergüenza ni fracaso. No consiste el ..."éxito" en que lo que pretendo resulte de esta manera o de otra. El "resultado" es silencio y misterio para mí. Es un venturoso secreto...
Es posible que eche de menos ser "reconocido", ser aplaudido o experimentar no sé cuáles satisfacciones. No niego la "justicia" de lo que pueda pretender en diversos campos... Niego que "eso" que juzgo un premio en efecto lo sea.
Dos conclusiones hay que subrayar: una que nuestros enemigos no son "humanos"; luego, la segunda, y es de otra índole, que nuestra misión, en profundidad, nos es desconocida. Y también está oculta para los demás...
Dejemos que el Ser resplandezca en nuestro interior, en el secreto que el Padre conoce, con toda confianza, valor y libertad.

Alberto E. Justo