viernes, 10 de abril de 2009

Paz interior

ALBERTO E. JUSTO






ENTRE LA LUCHA
Y LA PAZ
DEL CORAZÓN



Muchos se preguntan, ante la severidad de esta hora, si es posible gozar la paz profunda que nos ha sido prometida. Es muy posible que una lucha constante, la experiencia de la impotencia y otras características del ambiente y de la historia, acaben por descorazonar y desanimar a los peregrinos, obnubilando la magnífica realidad de la promesa del Señor.
Ahora bien, entendámonos desde el principio: la responsabilidad de nuestro dolor la llevamos nosotros mismos en razón, sobre todo, de nuestra pereza. ¿De nuestra pereza? Sí, en razón de que nos quedamos a la mitad del camino y no buscamos, con ahínco, el bien que –en verdad- ya poseemos. No estamos conformes, lo que no es al menos en principio censurable, y nos quedamos detenidos, sufriendo y lamentando la situación que nos aplasta…
El hombre ha olvidado, ha dejado de lado, la búsqueda de su vocación profunda y ha quedado, también colectivamente, maniatado ante el tejido de las circunstancias, cada vez más asfixiante.
Por ello es necesario ahora mismo encarar con coraje esta nueva faz de la peregrinación que seguimos. No nos valen argumentos antiguos. Las razones viejas parecen resonar inútiles y hasta mordaces en nuestros oídos. No tenemos recursos y solamente atinamos a encerrarnos en encuentros y en reuniones que únicamente se caracterizan por su superficialidad y por su inutilidad.
No es posible avanzar por estos caminos sin una muy seria vuelta a lo profundo y, desde luego y antes que nada, a Dios. Pero no a una idea de Dios. A Dios mismo, a la vida en Él, a una experiencia que no se detenga en frases hechas, lugares comunes y fórmulas estrechas.


En primer lugar formulemos, nuevamente, esta pregunta por la vocación profunda. Yo la llamo así, en razón de saberla compatible con cualquier opción externa o con toda forma de eso que vulgarmente se acostumbra a llamar vocación.
En efecto, somos ya aquello para lo cual Dios nos llama. Sin duda, antes que nada, al ser, a la misteriosa e inefable participación del Ser. Se trata de un llamado que tiene esas hondísimas raíces más próximas de cuanto pensamos. Porque la solución de nuestros problemas no está nunca lejos. Somos nosotros mismos los que hemos desertado y estamos muy lejos.
Es posible de que topemos, a cada paso, con un número casi infinito de insuficiencias, de errores, de carencias y de faltas de todo tipo. Una y otra vez, aún en los ámbitos de las técnicas que parecen darnos todo lo que necesitamos. Este tope, sin embargo, es de primera calidad. En suma, es una enseñanza de primer orden… ¿por qué? Porque lo más urgente es el límite que nos enseñe hasta dónde es falible la industria humana y hasta dónde nos es conveniente salir a buscar en otra parte, sin resentirnos o ni siquiera molestarnos por ello.
¿Queremos disponer de un móvil o de algo similar? ¿No lo tenemos o no contamos con eso? Pues vamos a pie y descubramos todos los beneficios de caminar. Mejor aún, descubramos la espiritualidad y la hondura de la marcha. Metámonos adentro, muy adentro, de esa circunstancia penosa e imprevista que nos asalta y nos molesta.
¿Será necesario también agudizar el ingenio? No se trata de esos detalles que cada uno habrá de procurar en la vida. Hablamos de ser, de ser hombres y personas que saben que la inteligencia ha de empeñarse en una magnífica e incomparable aventura: el descubrimiento y la conquista del ser. Porque la inteligencia esto ya lo tiene, porque debe alcanzar lo que ya posee, decimos que ha de conquistar su virginidad original, su luminosa pureza, ingresando en el misterio del corazón a través de la memoria. Y es aquí donde se juega este primer paso: purificar la memoria e incorporar el hábito de tener presente quién es o qué es, en verdad, el peregrino.
Memoria de sí y memoria de Dios, jamás separadas. Paso inicial en la Fe y en una reflexión necesaria, a fin de cambiar la dirección que se llevaba. En lugar de perderse en los arroyuelos y en los detalles de mil cosas, encarar con coraje la dirección de todos nuestros pasos y su sentido, a pesar de las pruebas eventuales y de las situaciones adversas.

El gran secreto está en el Misterio del Abandono. No sé qué se pueda decir, ni cómo indicar un camino que sólo puede descubrirse en el silencio de la Fe. ¿Por qué el abandono? Es la entrega total del Hijo del Hombre al Padre. No hay otro paso en la vida que no sea el que es la misma vida. Es el mismo movimiento del nacer. El nacimiento de Dios en el alma comporta el abandono en el Padre y al Padre, en el Espíritu…
Es este un Misterio muy grande. Pero es el Misterio de la vida. Aquí se resume y se resuelve todo.
Aunque yo sé muy bien que estas palabras sólo alcanzan a balbucir, ¿qué digo? ni siquiera a iniciar expresión alguna. ¿Las lágrimas? ¿Son una expresión mejor? No lo sé, no lo sé. La Palabra que surge del Silencio, al Silencio vuelve… ¡Ah, el silencio! El mismo silencio que vivimos en la recepción de la Santísima Eucaristía. ¿No es así? Dios está aquí. Y yo sé, Señor, que todo se enciende cuando levantamos los ojos interiores y el alma hacia Ti, porque Tú mismo nos aspiras en Ti…
Es cierto que las sendas son desconcertantes. Es cierto que somos perseguidos no sé cómo. Es cierto que nos descubrimos pobres ovejuelas en medio de lobos rapaces. Todo ello es cierto. Pero hasta ahí, hasta aquí, y más adentro aún, has venido Tú para rescatarnos y levantarnos hasta Ti, entrañándonos en tu Vida plena de Amor. ¡Tanto has amado a la humanidad, Señor! ¡Tanto nos amas, a cada uno, directa y personalmente! Y mucho más de cuanto yo pueda sospechar.
Hoy sufrimos los caminos del Huerto sin mayores explicaciones. Hoy nos damos cuenta que no importa la aridez o las asperezas del campo donde se halla el tesoro. Lo que importa e dejarlo todo y adquirir el campo, no por el campo, sino por el tesoro que está escondido en él. Y aunque esté muy escondido, bien secreto y celado. ¡Y tan duro es este campo en esta hora! Esperábamos que fuera más placentero, como otros esperaron que Tú restauraras el reino de Israel… Pero el tesoro es siempre más profundo, más inconcebible, más inmenso, más inefable… El tesoro no se dice. Es y está… Es y está…
En verdad que todo es inesperado en estas jornadas que transcurren, que parecen perder sentido. Nos hallamos en ambientes que no reconocemos como nuestros… ¿No dice, acaso, el poeta que en su hogar se siente extraño y en su patria forastero? Esto mismo se repite para nosotros y, a cada paso, recibimos lecciones de nuestro indudable exilio.
Pero Tú, Señor, te hiciste peregrino hasta le mismo infierno, pasando por la Cruz y el Abandono…Que, como Tomás de Aquino, no quiera yo nada que no seas Tú mismo.

Continuamos estas meditaciones, convencidos en la urgencia de una constante inmersión en el ámbito de lo divino. Nunca será suficientemente señalado este hecho: La perseverancia y la constancia a pesar de todo.
¿Es necesario al hombre el aplauso de los otros hombres, de sus semejantes, mujeres y varones, en una sociedad informe y caótica? ¿Es posible sostener la terrible lucha en soledad? ¿Es posible continuar a pesar de la enemistad circundante? ¿En qué medida afecta al peregrino el imperio de la mediocridad? ¿Lo afecta, en realidad?
Quizá no se trate ya de mediocridad. La guerra que se ha desencadenado, y que no todos alcanzan a percibir, es predominantemente espiritual. No puede, en modo alguno, plantearse en términos solamente humanos. Lo que acontece ahora, y en la medida que sea en todos los tiempos, no halla explicación ni sentido en este mundo, ni se resuelve con el positivismo al que estamos habituados.
El Tiempo queda superado por el Tiempo... Hay algo que ha quedado atrás, hay algo que ha muerto. El nihilismo, que impera despóticamente, lo dice y lo repite para quien preste, al menos, un poco de atención.
El mundo está, cada vez, más desolado. Esta afirmación parece superflua y carente de sentido o de precisión. Sin embargo somos testigos de la apertura de un terrorífico vacío, cuyos límites son inobservables...
No puede desconocerse el hecho del nihilismo. Sería muy enojoso entrar en detalles ahora. Basta, para nuestro intento, señalar huellas y efectos que, en todo caso, podrán ayudarnos en la búsqueda que nos hemos propuesto.

Dejo constancia de la lucha que se plantea en el mismo sujeto cuando debe optar o empeñarse por algún valor. El mundo contemporáneo es un almacén de aburrimientos, un gigantesco arrebatador de entusiasmos, un verdadero aguafiestas. Al hombre que se aventura por aquí o por allá lo desilusiona, pretendiendo de él tantas cosas para que no alcance ninguna.
Quizá sea un método dejarse enamorar. Sí, desde luego, pero: ¿por cuál cosa? Conozco no sé qué realidad y acabo por contemplarla deslucida y sin gusto. En suma, la pierdo o nunca puedo abordarla. Es como una burocracia de fantasmas. Un requisito se añade a otro, una firma o un sello más, quizá otro certificado y , luego, otro más. Siempre me queda algo por hacer o por obtener.
Muchos hay que agregan títulos de esto o de aquello. Hay otros que no se sienten nunca capaces porque juzgan a los demás o se comparan constantemente con ellos...
Muy luego manifiéstanse otras instancias más peligrosas todavía. Aguardamos el aplauso y la aprobación que nunca llega, o no estamos satisfechos de la acogida o del reconocimiento obtenido... O nos disgusta sabernos tan solos, tan solos en realidad, porque nada vale sin el consenso pretendido.
Podríamos seguir, pero lo dicho es suficiente. El ámbito no parece favorable y termina por desvanecer nuestras fuerzas.

¿Vivimos tiempos especiales, o como quiera llamárseles, que justifican o explican, por lo menos, la presente situación? Siempre hemos sostenido que todos los tiempos son especiales, por lo tanto no cabe refugiarse en la severidad de la historia... Todos pueden hacerlo, siempre. Pero esta hora presenta características propias y debemos ubicarla como eslabón, desde luego, en un proceso mucho mayor, cuyos límites precisos desconocemos.
Lo que sí hay que subrayar es que no es indiferente lo que vivimos ante el curso de los acontecimientos pasados. Esto es: somos siempre herederos. No, de ninguna manera: condicionados o esclavos de lo que viene de ayer, pero sí herederos y herederos responsables.
La lucha es tenaz porque el campo es nuevo y no era imaginable, así no más... El campo es el inmediato y la batalla se libra en nuestra casa, en nuestro hogar... Nos atacan aquellos de quienes menos hubiéramos podido aguardarlo...

Pero ha llegado la hora de las sorpresas... Quiero decir que Dios permanece en el silencio del alma aún en esos momentos inesperados de perplejidad y de dolor. No sabemos qué ocurrirá... Presumimos acontecimientos portadores de novedades, quizá no deseadas, o de pruebas inéditas o lo que se quiera suponer. Pero el Señor está ahí, aquí. Él Es. Y no ha de alterarse la Paz, porque la paz es Él, Él mismo. Más todavía, ante lo que nos deja sin habla, ante lo que nos quita el respiro... podemos decir, sin temor a equivocarnos: Señor, eres Tú. Tú siempre Eres...
El hallazgo permanente es el abandono fecundo. No sé, no quiero saber. Son dos pasos: primero No sé, segundo: No quiero saber. Es hora de evitar las conmociones que tienen por objeto “desviar”. El ataque del enemigo consiste en desviar. Esto es lo primero que ocurre. ¿Y cómo desvía el enemigo? Pues sembrando inicialmente la confusión y el desconcierto por el miedo, por la angustia, por el interrogante sin respuesta, por la situación sin salida. Entonces: nada, no quiero saber más. No sé más.
Quizá el mejor remedio sea dormir, soñar... Siempre ir más allá de las menudencias que la tentación plantea. Más allá, más allá. ¿Somos débiles? Enhorabuena: el Señor ha tenido y tiene piedad y misericordia de nosotros. Y nos perdona y nos levanta donde no sabemos... Todo está en Él, todo viene de Él, en Él somos, nos movemos y existimos.
Ahora mismo tememos perderlo todo. Ahora mismo respondo: no sé qué hará el Señor para que yo lo gane todo.
¿Y si nos equivocamos? ¿Y si, movidos por la emoción, reaccionamos y damos pasos en falso? En el momento de recapacitar volvamos a la calma primera y convenzámonos, con la paz, de que Dios aprovechará ese acontecimiento para nuestro favor. Pero retornemos a la paz y callemos. El tiempo nos ayudará.
No temamos ser luego muy firmes, según nuestra conciencia. Lo que importa es no reaccionar mal. Con la calma todo se obtiene.
No existen los opresores si nos reímos de ellos, si no los tomamos en serio. Con una sonrisa es siempre posible decir que no. Firmes, pues, en abandono y en paz. Firmes y con claridad... Sin miedo, sin temores. Dios está aquí.

No es cuestión de insistir en todas estas cosas. Sabemos ya que no hemos de atascarnos en el camino ni encallar en los bancos de arena. A veces pareciera que algunos prefieren los laberintos... Pero no, de ninguna manera. Sabemos que más allá de las apariencias todo es diáfano y los inconvenientes burocráticos, institucionales o grupales no son en realidad.
¿Tiene el hombre valor para arriesgarse y escapar de las garras que lo sujetan a modas, estilos, prejuicios, consensos, presiones y tantas otras cosas del género? ¿Eres capaz de arrojar el televisor al canasto de la basura? Conozco a un padre de familia que lo hizo así, con gran escándalo de los presentes... Pero aunque no compartamos actitudes extremas reconozcamos que el gesto simbólico de una libertad real es importante. Que no nos interese el... decir de las gentes es un mérito cuando sabemos que, en plena conciencia, cumplimos con un deber. La misión no es, desde luego, quedar bien. Disolverse en esta suerte de asfixias es pésimo para la vida espiritual y para la salud.

Pero es, también, ésta, la hora de la necedad. Son legión los que no alcanzan a ver, o no lo quieren, la realidad del camino y se sumergen en banalidades y en los vericuetos y laberintos de las instituciones muertas. Delante de nuestros ojos varones y mujeres abandonan los cuadros antes repletos de tantos lugares, para buscar en horizontes quizá lejanos lo que la estupidez circundante les niega. Pero los responsables siguen enfrascados y encerrados en apretadísimos e irrespirables ambientes, jugando a burócratas y haciéndose la trágica ilusión de gozar de un poder inexistente.
La Madre de Dios dijo a San Juan Diego palabras admirables que quisiera señalar aquí: Lo que te aflige es nada (...) ¿No estoy contigo Yo, que soy tu Madre? Véase bien: los poderes de este mundo (los que fueren) son nada.
En realidad debemos recuperar la dimensión más alta... Y, he aquí la paradoja, la misma comporta un cierto descenso, una derrota a los ojos del mundo. El triunfo verdadero no está donde lo buscamos o donde aguardamos milagrosamente encontrarlo.
Lo propio de la aristocracia espiritual es la compasión. Lo más alto es llegar a sufrir por otros y con otros. Es éste el camino, opuesto al del viejo burgués, o al del ahorrista mezquino, que crece, que gana, que guarda en sus cofres, que vence a otros, que se regocija porque es mejor que otros... El aristócrata auténtico, sin detenerse en sí mismo, sufre por otros, ofrece por otros. Su vocación es la de redimir y salvar.
Por ello quien sigue ese camino escondido se coloca inmediatamente bajo el manto de la Santísima Virgen, que es Madre y Señora. Es la Dama, a quien son ofrecidos todos los triunfos del amor... Ella es permanente modelo de quietud contemplativa y de empeño en la redención de los hombres. Nadie alcanza la fecundidad en semejante misión sin incorporarse en esta corriente de Amor y de Gracia que procede del mismo Espíritu de Dios y con Él se identifica.


La Belleza

Es indudable que olvidamos, con frecuencia, los caminos recorridos hasta hoy. Digo que los olvidamos porque solamente recordamos lo más superficial. Dejamos de lado las huellas profundas de una experiencia que podemos considerar permanente, aunque no le prestemos demasiada atención o la olvidemos con rapidez. Es verdad que la Luz no es avara. Lo invade todo, todo lo llena cuando abrimos de para en par las ventanas del corazón. Cuando abrimos para ella...
Esta luz despierta nuestro bien o, mejor, ella misma es nuestro bien. Adherimos interiormente a la belleza que se manifiesta en una imagen, en el arte, en un paisaje, en las flores, en la música..., y aprendemos, sin duda, de esta manera a subir por encima de las manifestaciones para abrazar o dejarnos abrazar por el centro escondido que todo participa.
No se trata de situaciones agradables o simplemente placenteras. No se trata, no, de gozar de esto o de aquello. Hablamos de la hondura inefable, de esa aurora que siempre se renueva en el espíritu. Cualquier paso es la ocasión y no la impiden las costras o fealdades aparentes que topamos en nuestro camino. Recordemos siempre que lo más íntimo, profundo y fuerte es lo que aparece más débil y vulnerable. Recordemos que cualquier dolor o desengaño es la oportunidad para ir más adentro... Es necesaria y urgente esa paradoja que tanto nos brinda y nos ilumina en nuestra peregrinación.

Situaciones.
Pero es claro que el descubrimiento de la Belleza y aún su participación en el gozo más elevado, presupone la valoración o la aceptación del medio en el cual se manifiesta, a saber: las condiciones de la presente peregrinación. Los sentidos externos nos vuelcan un alud informativo que parece constituir lo más próximo e inmediato. Es cierto que todo ello “toca” de alguna manera a la persona, pero no es lo más próximo e inmediato. Por lo menos no es lo íntimo, aún cuando le otorguemos el valor excesivo que, con tanta frecuencia, otorgamos. Dos piedras están una junto a la otra, se tocan la una con la otra, pero hay un límite, una distancia entre ambas que no es posible vencer. El anverso y el reverso de una hoja de papel. Los dos lados están muy cerca, no podemos negarlo, pero nunca se podrán superponer.
Pero volvamos a las piedras. Ninguna puede entrar en la otra, permanecen irreductiblemente vecinas, una cabe la otra, pero no pueden comunicarse nada, son extrañas entre ellas... En cambio una gota de agua puede caer en un recipiente lleno de vino. La gota de agua penetra el vino hasta hacerse una con el vino... Así ocurre con la Belleza y con todo lo espiritual. En definitiva, lo invisible nos es más cercano y siempre más íntimo, aunque los sentidos externos nos aporten tantas figuras e imágenes que impresionan nuestra sensibilidad pero que no pasan de allí si no les franqueamos la entrada.
En el mundo que vivimos los gritos de lo visible se tienen por muy poderosos. En efecto, los fantasmas de papel sucio y cartón ordinario levantan sus perfiles amenazadores y apuntan al hombre no preparado ni advertido. El pobre peregrino va asustado y se vuelve, con tanta frecuencia, como la mujer de Lot. Y, desde luego, el espectáculo es deplorable. El hombre, carcomido por las más menudas ambiciones, hambriento de un poder que no poseerá nunca, fracasado y cansado de su propia necedad, se arrastra generando las más extrañas combinaciones para tejer una seguridad imposible: la de su técnica, la de sus previsiones, la de sus manipulaciones...
Pero esto es extraño, completamente lejano a la vida verdadera, aunque parezca aullar tan cerca. Los fantasmas son eso: figuras que dan miedo como en las viejas historias de terror. Los ensayos de los barberos, de los curas, de las sobrinas y de tantos necios bachilleres, son nada más que eso: cuentos de terror.
Pero –se me dirá- ¿qué hacer frente a la injusticia reiterada de tantos tiranuelos, cuando la angustia nos oprime, cuando nos vemos asediados y abofeteados por ese poder tecnócrata, que todo lo ocupa y lo invade, que ya no nos trata como a verdaderas personas? ¿Qué hacer cuando perdemos consideración y paz, cuando ni siquiera respetan nuestras dolencias y nos arrojan en medio de una calle desierta para morir de hambre?
En primer lugar sabe una cosa: Dios no resuelve los problemas de corte abstracto o genérico. Esos, tantas veces, no existen o se resuelven y desaparecen en el marasmo de la necedad del mundo. Por tanto -¿sabes?- sólo estás tú. Sí, es verdad, te dejaron solo... Pero yo digo otra cosa: lo único que hay es esto: lo que ahora vives. Entonces: ¡calla!. Aquiétate y retírate. Siéntate en tu escondrijo. Date tiempo. No te respondas rápido. Si es posible duerme un minuto. Haz, presto, un espacio. Lo peor de todo es que ese barullo que te asalta te niega ese mínimo espacio. Y, en él, no encuentras nada.
A pesar de ese vacío de angustia, de pesar, de pena, de desengaño, de dolor, ¡quédate! Si es necesario arrójate sobre el suelo, déjate caer... Cuando tengas conciencia más serena de encontrarte ahí abajo, mira abriendo apenas los ojos. No, no dejes que nada te invada demasiado a través de ellos... Pero entreábrelos. Estoy seguro que si eres conciente de tu silencio, de tu nada, de tu caída, descubrirás al Señor aún más bajo, muy por debajo de ti. Él te dirá: -te estaba aguardando. Desde hace mucho tiempo estoy aquí.
Y tú no sabrás muy bien qué decir. Sin duda conservarás contigo el pesar y las penas, pero habrás comprobado que más hondo hay caminos que no existen allá arriba en el plano de las estupidez establecida.
Cuando los que te perseguían, con sus acciones o con su indiferencia, te dejaron solo, adquiriste la certísima noticia de que ya no están más. Esto es: estás solo. Comienza por alegrarte y fíjate bien: ahora se abre el panorama de las infinitas ocasiones de tu potencialidad creadora. Sí, porque el Señor creará contigo y en ti un camino totalmente nuevo. Quizá no te dará excesivas comodidades; pero ¿qué más quieres? Es nuevo y más que nuevo: lo pasado ya pasó.
Has descubierto que tu interioridad te abre a la libertad y a lo inmenso... Que todo lo más bello te es inmediato y familiar. Deja que los muertos entierren a sus muertos, tú vuelve en paz a tu corazón.

Esto lo vivirás en las instituciones y en todas esas asociaciones humanas que han antepuesto las técnicas al orden personal y cordial. El hombre sabe que ha perdido honor y cultura; y no encuentra otro modo de salir del atolladero que arrastrando a sus vecinos en la misma ciénaga donde se ahoga con rapidez. Pero a ti, si eres creador, no podrán empujarte ni llevarte adonde no quieres. Ten siempre el coraje de tu secreto y de tu libertad.
Recuerda siempre, no lo olvides, sólo posees en verdad lo que en verdad amas. Quizá creas guardar muy bien alguna cosa, tal vez te empecines en tener sensaciones de dominio en lo que sea... Pero todo eso es extraño, lejano y sin sentido para ti. Sólo es tuyo, en una posesión abierta, pura y desinteresada, aquello que en verdad amas... Por esa razón no irás nunca a ninguna ciénaga, porque nadie podrá apartarte de lo que amas. Ten bien presente esto y no te mientas ni te engañes jamás. Más estás donde amas, más está allí el alma, que donde te parece o donde simplemente te impresiona.
En suma, aunque estés al lado puedes hallarte muy lejos, a veces con una distancia infinita.
Por tales razones el hombre no puede ser esclavizado por su entorno o por el ambiente en el cual vive. No es el camino el que hace al peregrino sino éste quien crea y traza a aquél con su andar.
Es así que estás cerca y acabas por convertirte en aquello que amas y quieres. Aquello que amas... No dejes de amarlo ni lo abandones. Tu constancia y tu perseverancia darán los mejores frutos. Sigue..., sigue siempre.

El asedio del enemigo, pues, es exterior, externo; está fuera y no podrá hacer nada, salvo que se la abra camino. Todo el estruendo de un mundo hueco y vano no llega a destino sin invitación previa.
El arma más eficaz del peregrino es la compasión. En efecto, es esto lo que convierte toda guerra en paz. El enojo, la ira, las vindictas, todo eso es falso, engañoso, carente de resultado, infecundo y vano. Por otra parte siempre acaba mal.
La compasión, en cambio, es modo divino. El compasivo imita a Dios. Todo el secreto está ahí. La paciencia se fortalece y alimenta de compasión, que es verdad. Porque Dios se compadece de todos y a todos quiere salvar.
Se dirá por cuál razón la injusticia triunfa con tanta frecuencia o el cinismo no halla tope o castigo. Es claro que viendo las cosas desde ellas mismas esto parece ser así. Pero vistas desde lo alto, en otra perspectiva, cuando no necesitamos reivindicaciones de ningún tipo, el cuadro ya es diferente. De todos modos es preciso meditar más en el Misterio de Dios, esperar y confiar en Él.