¿Tienes una balanza al alcance de la mano? Pues si es así, pon en uno de los platillos esas cosas que tanto te preocupan ahora y comprobarás –inmediatamente- que no tienen peso ni valor alguno. En cambio, si colocas en el otro platillo eso bueno que acabas de leer y esas otras magníficas realidades del espíritu, lo que está en tu corazón, el peso será enorme y hasta se romperá la balanza, pues no hay modo de pesar, ni de medir tanta maravilla.
Lo que te duele, duele y tanto, según la atención que le prestas y a causa de la ansiedad que te desvía.
Esta ansiedad proviene de una sed desproporcionada de “realizaciones”, sobre todo en el orden afectivo (por decírtelo así), que heredas desde hace tanto, tanto tiempo, de situaciones que bien conoces o que puedes rectamente suponer.
Fíjate muy bien: tu pedido, desde luego, es legítimo. Pero de “otra cosa”. No es fácil acertar, pero cuando sufres no sufres de lo que crees sufrir.
Si conocieras bien la clave de todo ello, estoy persuadido de que estas jornadas te alegraran, porque descubrirías en este “camino de la cruz” una asombrosa fecundidad, una obra que supera cualquier empresa, fundación o discurso. Lo que vale es la cruz que Dios da. O lo que Dios da de ella.
Será, sin embargo, muy difícil y raro superar esos “dolores” y evitar otros… Se trata, nada menos, de algo que es legítimo que, alguna vez, te arrebataron y que retorna con mil caras y caretas a presentarse tan ansiosamente deseable en las ocasiones de crisis y –sobre todo- de injusticia que puedas padecer.
Pero no temas. El Señor ha vencido al mundo. La batalla de esta angustia ya está ganada. Sólo ves su ocaso y su caída. La fuente de ese resplandor engañoso ya no está. Asistes a sus últimos reflejos en el cielo de la noche nueva.
Repito, no temas. Estas palabras las dicta mi ángel en la noche oscura y serena. Es el misterio de la “soledad sonora” que, con suavidad, insinúa la senda verdadera.
Muchos son los caminos, es verdad, pero hay uno que interesa aquí. Sí, uno solo. Y ese camino es el que trazan tus propios pasos. Es el camino de tu vida, insospechado e insospechable. No puedes distinguirlo, no acabas de verlo así no más, pero es. En efecto, está ahí o aquí, como quieras. En suma está, porque –quieras que no- lo trazas y lo sigues. Y llegas a saber muy bien que todo él constituye un regalo, un don verdadero, que viene de lo profundo, que viene de Dios.
Pero ¿quiénes somos? Esto lo preguntas siempre y no hallas respuesta que te conforme. Sé que interrogas acerca del “sentido”, de lo más profundo, de esa vida que, a veces, parece escapar de nuestras manos y de cualquier medida o modo que intentemos para “comprender”, sí, para comprender.
En un cierto sentido, has de escapar de tu propia comprensión, si ésta se diera ahora mismo o alguna vez. No puedes encerrar en tus categorías (por decirlo así) lo que las excede. Tú eres más… No puedes abarcar con tu razón lo que está por encima de ella, porque tú eres más. No podrás medir ni determinar esa vida y peregrinación tuya ¡que tanto te aflige! Porque tú eres más. ¡Y tanto más!
No comprendas encerrando, midiendo y razonando. Deja advenir, deja llegar, acoge una y otra vez. Pero ¿cómo –me dirás- no debo acaso discernir y juzgar convenientemente acerca de sucesos y cosas? Sin duda –te respondo en seguida- cuando se trata de lo que está en tus manos y en tu misión, sobre todo si depende de tu responsabilidad y cuidado. Pero de lo escondido, de tu impotencia o de lo que te supera, de lo que no depende de ti, como diría Epicteto, ante todo ello, acoge y persevera.
¿Quién eres? El Tú de Dios. ¿Estás dispuesto a “velar una hora” con Él? Te lleva en su Corazón y tú, misteriosamente, en el tuyo, sin distancia alguna. No que ocupe Él un “espacio”. Es que tu corazón es suyo.
Vuélvete niño... Es la hora del más pequeño. Sumérgete en el Misterio de Cristo-Jesús en el Espíritu, como el más pequeño... Alégrate y no temas.