Una de las mayores invitaciones que esta "hora" descubre es aquella de ENTRAR en el secreto interior. Y no porque a nuestro alrededor sólo topemos con ilusiones o desilusiones... Sino porque es propio de los peregrinos alcanzar esos horizontes que levantan al Cielo, que dicen de Dios. Y no es cuestión de "entretenerse" en preámbulos. Al contrario, es preciso acudir directamente y sin vacilar cuando se trata de semejantes parajes. También acontecimientos, y los más inesperados. No, ese "horizonte" no está lejos. Está aquí... Y es ¡¡tan inmediato!!
El descubrimiento del "monacato interior" o interiorizado, nos plantea una conversión y una consagración profundas, una vez que hemos "descendido" al corazón o que hemos comenzado nuestro retorno a casa, que es la Casa del Padre.
Todo empeño en esta senda parece lento y de modestos, muy modestos resultados. Sin embargo hemos de tener en cuenta que lo que se sigue a nuestra decisión es patrimonio del silencio, de la delicadeza y de la gracia de Dios. No es ruidoso. No hay manera de hacerlo ante los innumerables testigos que -quizá- nos dieran no sé qué seguridades. No, es hora de cerrar la puerta de la habitación y sumergirse en la intimidad de Dios.