viernes, 14 de junio de 2013

la adversidad señala que se nos aguarda "más allá"

Pasan las horas y las preguntas se suceden... Pero ¿para qué preguntar? ¿No sabemos acaso cuál es la primera y definitiva respuesta?
No es este presente descompuesto el fin de nuestra vida. El Fin es Dios y Dios es la Realidad...
Percibimos con claridad rumores e intentos indeseables cuyos ecos se filtran a través de espacios y distancias... ¿Qué peso, qué consecuencia tiene todo eso que “apenas” es?
El peregrino debe armarse cada día de valor en su propio “santuario”, en su corazón. No ha sido llamado a “triunfar” en los acontecimientos pasajeros de este mundo y sí a seguir al Salvador en su aparente fracaso.
La comprobación acerca del escaso éxito de su labor no ha de turbarlo ni detener sus pasos.
La paz y la quietud no consisten en dejar de luchar. Al contrario, se trata de “luchar abandonado”, abandonado con confianza, sin angustia por ningún resultado.
La “lucha” es ante todo espiritual y por ello la descubrimos desconcertante, fuera de las expectativas habituales y, a veces, bastante lejos de ellas.
El enemigo ataca sin pausa. Su pretensión es derribar o, por lo menos, entorpecer y frustrar. Imprimir en las víctimas la sensación de inutilidad y de derrota.
Pero no le pertenece “nuestra” derrota. La victoria es siempre más alta y es de Dios. Nuestra aparente (insisto en esto de “aparente”) derrota se TRANSFIGURA en un triunfo trascendente que se da más allá...
¡Cuántos rostros, cuántas figuras se multiplican al paso de las horas y nos conducen, de un modo o de otro, más allá!

Alberto E. Justo