miércoles, 16 de mayo de 2012

En medio de la noche...

Cuando nos parece ver menos...
Los caminos de este día son penosos. ¡Cuánto deseamos aquel paraje silencioso y amable!
Pero hay, por las sendas de este mundo, no sé qué fieras de material desconocido, que no se sacian fácilmente. Son los terribles gigantes de la raza de Goliat que devoran para estructurar, limitar y someter, para modelar figuras a su gusto y servicio.
Son como el gigantesco pez... Siempre pronto y dispuesto a engullir. Pero, lo sabemos, no es tan poderoso como parece y se presenta. A pesar de su antojo de triturar a los viandantes y someterlos en su estómago, téngase la confianza y la certeza que desde allí o allí mismo adviene la resurrección y la vida nueva que nadie puede quitar. Ni siquiera los que se consideran poseedores de toda verdad... Tampoco pueden los que esgrimen argumentos o levantan pretensiones... Eso, todo eso, es la noche... Ah, noche...
La estructura y el programa, el proyecto y la asamblea, tienen perfil de pez alado de duro metal. Ascienden, se levantan, asustan... y ya no pueden más. Necesitan del ruido y de esa oscuridad, que nada tiene que ver con la amable noche de la plegaria, sino del ansia y de un movimiento tempestuoso.
La tormenta, sin embargo, puede ser ocasión de maravilloso aprendizaje. Es verdad que Goliat duele o asusta, pero una pequeña piedra (¡¿la piedrcita blanca?!) brindará la victoria y el gozo de la paz...
En la noche también corre el río y brota en la purísima Fuente que NO SE VE.
¡Abre los ojos, lechuza contemplativa, y en el silencio de la noche asistirás a la Aurora que no conoce ocaso!

Alberto E. Justo

martes, 15 de mayo de 2012

Esta Flor brota nueva cada vez...

Una condición nueva y más alta... El desierto parece no saber de flores... El desierto evoca la aridez (al menos para algunos). Pero el desierto es límpido y abierto como el mar. Y como no tiene determinaciones forzosas es capaz de tornarse fértil y abrir todas las flores...
Por eso ¡tantas cosas aparecen en el desierto! Entonces ¿es posible que todas ellas se conviertan en impedimentos para lo esencial? ¿No dicen los maestros espirituales que no caben dos en el mismo sujeto y que es necesario vaciarse para acoger la presencia de Dios?
Leamos con sencillez... Muchas, son muchas las melodías que resuenan en nuestros oídos y todas ellas, como poesía, permanecen en nuestro interior... ¿Las haremos callar? Dicho de otra manera: ¿podemos, así no más, silenciarlas? ¿Cuándo son verdaderos impedimentos que no dejan abrirse al alma?
Entrega lo que tienes, es decir CONSÁGRALO ofreciéndolo... Nunca destruyas, consagra todo a Dios. Tienes en tu espíritu la virtud de la transparencia, de hacer todo transparente. Atraviesa la flor, atraviesa el paisaje, ve más allá de ese templo y déjate levantar por sobre él... Deja que el desierto se transforme y florezca. Tú eres eso. En ti está el sentido que buscas por todos lados. Ve por los bosques y las montañas, ¿no se ha hablado del "Mar" de la Deidad? Sumérgete entonces, y -sobre todo- no temas.
El Señor también te invita a velar con Él en el Huerto: con Él y en Él.
Dios está presente en modo inefable... ¡Descúbrelo!

Alberto E. Justo

lunes, 14 de mayo de 2012

Pero...¿no tendré dificultades?

Rápidamente podemos decir que es lo "normal". En efecto, esa contrariedad indefinible que choca una y otra vez, reduciéndonos o deteniéndonos no sé dónde...
Y sin embargo es infinitamente aprovechable.
Primera respuesta nuestra, y a ejercitarse en ella con esta pregunta: -¿En qué y cómo puede esto servirme o favorecer mi vida espiritual?
Pongamos por caso que suena el timbre del teléfono o el de la calle. Es necesario entonces no precipitarse en ningún sentido, sino tomar conciencia de que suena esa campanilla (molesta o no) y nada más. Hay una saludable distancia que puede fructificar en una congrua preparación para evitar la sorpresa... Llama el teléfono, pero no tiene tanta importancia. Puede aguardar un tanto... lo que sea. Hay cosas mayores y no tengo por qué pensar en ningún problema. Claro que evitando el apresuramiento alejo el volumen de una posible alternativa antipática o dañina...
Esa solicitud mecánica no tiene inicialmente ningún rostro. No es cuestión de atribuirle gratuitamente ninguno. Y, si en cambio tuviera una feroz máscara, de aquellas que siembran pavor o amenazan infortunios, una vez más: siempre hay algo mayor que oponer a esa desgracia y que acabará por vencerla. Como el águila volemos alto y contemplemos desde arriba. Es para nuestro bien y para el bien de todos. Es preciso ir más allá siempre... No pertenezco a las rabias de los ansiosos... Las cuestiones son muy pequeñas. ¡Ah, paradoja! por eso dañan tanto.
El sufrimiento que aprieta nos empuja hacia arriba cuando, en efecto, hemos aprendido a sonreír. ¡Y a compadecer!
Para ello es preciso desprenderse, soltar amarras y no pretender poderes, que eso es totalmente necio...
Deja que el agua corra en paz y presta atención a su melodía. Acepta lo más bello y descubre en tu alma todos los secretos. No te conmoviera jamás esa pieza maestra de música si no la llevaras, si no la tuvieras tú mismo en tu interior.
Y no te apabullen las circunstancias. Si en conciencia te toca defenderte... ¡defiéndete! Si es lo propio: resiste. Y nada más. Porque el Señor quiere participarte Su Gozo.Vive pues en Él, tú que de Él todo lo esperas...

Alberto E. Justo

domingo, 13 de mayo de 2012

¿Cuál es nuestro camino?

Interesante pregunta, porque todos quisiéramos pertenecer a esto o a aquello... ¿Quién no busca sus "banderas" o muestra diplomas o esgrime "dependencias"? Y es cierto que en un nivel esto es propio y nos sabemos miembros de esto o de aquello.
Pero aquí intentamos señalar el horizonte más profundo (y también más real) que atañe al "secreto" que el alma tiene con Dios y que no puede traducirse en clasificaciones de ninguna especie.
¿Hemos hecho alguna vez la prueba de dejarnos "mirar" por un icono santo? Lo primero, lo más real, es esta "mirada" de Dios en nuestro corazón. Y es más de lo que pueda decirse o imaginarse porque, precisamente, "brotamos" de esa inefable Mirada...
Y esto es lo primero y lo que constituye fundamentalmente nuestra oración: digámoslo por ahora solamente así: -Alguien nos ve. Y nuestra vida está en esa misma fuente.
Y queda claro para nosotros que es mirada de Amor Infinito, no como lo suponemos. No hay allí distinciones. Hay una Presencia que hace nuestra vida.
Gocemos en Ella... El camino sólo puede brotar y constituirse en esa intimidad sin nombre. Pero que, precisamente, porque no tiene nombre es la más real y verdadera.

Alberto E. Justo

siempre en camino del corazón

A pesar del tiempo y del espacio, a pesar de los fantasmas y, quizá, de los engaños que nuestra misma porfía engendra... En suma: a pesar de lo que sea, seguimos el camino del corazón que toda valla y toda frontera atraviesa.
Sólo el silencio nos entrega la palabra, la palabra que, de otro modo, no llega. La palabra que no halla cabida en las estructuras tan duras de esta tierra. Camino del corazón a... por el silencio que todo lo dice, que todo lo expresa, que todo lo canta, que todo lo recibe... Silencio que es perpetua sonrisa, silencio que sabe de lágrimas también de dicha, silencio -sin duda- que nos llama y nos eleva...
En pos de la vida nueva que cada día nos engendra, aunque no percibamos su presencia.
Es muy bello sabernos de camino "más allá". Bueno es aceptar imágenes inauditas sin escepticismo. Mirar el Cielo con confianza porque, en realidad, está aquí, en el alma.
A pesar de lo que parezca no estamos lejos. Algún día nos asombraremos ¡¡tanto!! al comprobar que estábamos demasiado cerca... Son lecciones que no hemos de olvidar...
Por eso, despréndete de cuanto te aprisiona. Con confianza, suéltate. Que si tanto y mucho te aferras quedarás irremisiblemente atado sin pasar la frontera.
¿Pasar la frontera? ¿No será que ya estás del "otro lado" y no acabas de darte cuenta?
Fíjate, mucho hemos caminado, pero no es cosa de cantidad. El descubrimiento es una aurora que no conoce ocaso...
Sabiendo estas cosas, meditando sobre todas ellas, respire el corazón el Soplo de Dios que nunca se ausenta...

Alberto E. Justo