martes, 30 de noviembre de 2010

No lo teníamos previsto

Extrañeza... Hoy se percibe algo que no es familiar. Peregrinos en un mundo que no brinda ningún sentido (al menos a las miradas superficiales), nos asombramos cuando nos sale al encuentro su confusión y su barullo y cuando adviene no sé qué persecución o incomprensión, aún de parte de los buenos. La sorpresa se multiplica si nos ponemos a juzgar "demasiado", en un exceso de análisis y de propósitos por acertar sin equívocos.
Pero todo ha de ser más simple. Más cerca de nosotros, más en nuestro corazón, se abre la oportunidad y la ocasión de asirnos y adherir al Corazón de Cristo y de hallar en Él nuestra morada. No se trata, ni aquí, ni en ninguna parte, de cumplir requisitos y de alquilar balanzas para pesarnos buenos o más buenos, mejores o peores. Nada de eso. Un feroz moralismo asfixia el espíritu e impide su vuelo. Sobre todo cuando se clava en la carne más exterior y quiere hacer coincidir lo que no coincide y medir lo que no se mide. "Igualitarismos" que son falacia o utopía, pretensiones para retardar nuestro encuentro con el Señor.
No hemos de preocuparnos por los juicios apresurados que acaban por pretender distancias donde no las hay, ni las puede haber. Velemos límpidamente con el Señor en el secreto de nuestro espíritu y aprendamos, cada vez, de lo inaudito para desapegarnos de las cosas pasajeras y vivir ya de las eternas. Sin olvidar que muchas veces nos pegamos a las perecederas teniéndolas por lo que no son. Trascendamos "medios" y reparos: no somos nosotros los que fabricamos, Dios es quien obra y quien viene, llega y ya está.

Alberto E. Justo

dejar...

Abandona tu "ego" ¡que no eres tú! Deja tu "yo diminuto" y abre tu corazón profundo. ¡Cuántos "apegos" y cosas! Suelta, abre la mano y el corazón.
¿Tememos "caer" no sé dónde? Es posible. Pero no caemos... Quiero decir no hay caída, porque si soltamos, abandonándonos, caemos en Dios. Él Es Todo.
Aún dejemos "pensamientos" y "maneras", que disfraces acaban siendo, luego de tantas justificaciones y reparos. Hermosa es la caligrafía, pero terrible cuando dependemos de ella.
Busca la belleza que te eleva por encima de todo. Valoremos ese instante, el soplo, el respiro que es vida. Tal vez lo mejor no se repita, porque tiene su eco y su maravillosa transfiguración en la resurrección y en la eternidad.
El sabor del instante que no se repite tiene su gusto en la Eternidad.

Alberto E. Justo

¿Qué puede ser "más allá"?

Circundados por "poca-cosa", rodeados por todo eso que carece de relevancia. ¿Es ésta, no más, nuestra experiencia? Por lo menos, aparte de las contradiccciones propias de nuestra peregrinación, experimentamos una cierta desilusión cuando las cosas y los sucesos acaban, porque los pretendíamos o imaginábamos de otra manera. -¡Yo había puesto mi confianza, mi empeño, en esto o en aquello, y ahora qué...!- podríamos decir tantas veces.
¡Ah, lo que aguardábamos! Y nos consolamos diciéndonos que las ... instituciones ya no responden y padecen tal y tal decadencia. Lo que es verdad desde cierto ángulo de visión, pero no resuelve nuestro caso.
Nos hallamos detenidos en lo que llamaríamos un nivel puramente "psíquico", sin elevarnos más. Atados, una y mil veces, por los condicionamientos y otras servidumbres no acertamos a hallar la apertura de la liberación auténtica, profunda y espiritual. A ella nos conduce el "desapego", pero no de cualquier forma.
Es necesario y urgente -creemos- ver más allá de las cosas y de los acontecimientos. Imaginemos un muro de globos flotando en el aire, que cubren la visión del horizonte. Pero advirtamos enseguida que entre todos ellos hay "espacios", separación, y que es posible dispersarlos para recuperar la visión del cielo.
Ver más allá de cada cosa. Ver lo que no se ve a simple vista. Ver libremente lo escondido. Porque la vida no se desarrolla en impresiones fugaces y simplemente sensibles, sino en lo hondo, en lo trascendente, que es propio del espíritu. Meditemos este paso. Hay todavía muchos más.

Alberto E. Justo

viernes, 26 de noviembre de 2010

desasimiento...

¿Podemos ir más allá? ¡Desde luego! Desapégate y no temas la ausencia de "manifestación", de lo que sea. Esa "nada" (que así te aparece) es plenitud... Deja todo lo que ofusca, que los "condicionamientos" queden lejos... Vuelve al corazón. Allí hay lo que no sospechamos. El silencio es al ambiente y el clima que el Señor dispone para encontrarnos...
Todo depende del valor que le otorguemos. Aceptemos y reconozcamos lo que está más alto aunque nos parezca más débil o, tal vez, más lejano. En realidad está muy cerca. ¡Qué paradoja: lo más cercano nos parece que está lejos o que nos es inalcanzable!
Confianza y ¡adelante! Vivamos en el Espíritu, en el Soplo divino que hace nuestra intimidad.

Alberto E. Justo

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Deseo de trascendencia

¿Recurrimos a nuestra "imaginación" para salir de atolladeros y evitar fracasos? ¿Qué comporta el diseño de un "desierto interior" en nuestra "fantasía"? ¿Nos consolamos de tal manera al sabernos tan "lejos" de esos "lugares ideales" o jardines de ensueño, que venimos deseando desde hace tanto tiempo?
El "desierto interior" es un símbolo de la realidad... No es un consuelo, sobre todo cuando tiene, para nosotros, exigencias imprevistas y severas.
El peregrino descubre, por fin, que hay algo más allá de todo lo "condicionado", que el hombre es, naturalmente, cuerpo, alma y espíritu. Y que no ha atendido convenientemente a la realidad más profunda que es, precisamente, el espíritu y su ámbito, que le da unidad y sentido.
¿Se acaba la vida en los objetos sensibles, solamente en aquello que podemos ver, tocar y oír? Sabemos muy bien que no, y nos damos cuenta cuando las cosas apenas nos dicen, y muy rápidamente, que debemos superarlas, que es preciso ir más allá de ellas, que ellas ya han cumplido con su cometido diciéndonos que signos son de lo inefable.
Lo que sí es cierto es que la "imaginación" se queda muy corta. El horizonte del Ser no tiene confines y no podremos nunca encerrarlo en nuestras medidas.
El desierto, el mar, la inmensidad de los cielos, nuestra apreciación de lo que está proporcionado a los sentidos y el deseo de trascendencia, porque este "deseo" existe en verdad y urge, nos hablan cuando aceptamos "atender" y no nos quedamos en los planos que a toda costa pretendemos "científicos", olvidando la sabiduría y la dimensión de profundidad.

Alberto E. Justo

jueves, 4 de noviembre de 2010

"Intensidad" del Silencio

Cuando el Silencio asciende... ¡Cuánto se desvela en la aurora insospechada! Ya no es lo que yo imaginaba o lo que de mil modos podía pretender... Es infinitamente más.
Dad lugar a lo Sublime, abriendo las puertas más allá (o más aquí) de los condicionamientos y de los tiempos...
¡Abismo insondable! Es lo propio del espíritu, lo que recibo en el instante primero del alba, límpido y virginal. Surge y resurge la vida en su fuente, en ese "presente" que tanto olvido.
Quedamos seducidos por los premios rápidos y medidos por los relojes humanos. En cambio es ya la oportunidad y el momento de afrontar con coraje lo que no se "siente", más allá de la "ausencia", donde aparece la única presencia.
Pasa a través de la ausencia. Todo se ha callado y los espectáculos de ayer quedan derrumbados, simplemente por allí, perdidos en brumas inconsistentes. Pasa, pasa aceptando la angustia de que perezcan sin decir nada. Más allá, desapégate y entonces: atiende, escucha el silencio, su intensidad y su lección permanente. No temas. Sigue y nada más.

Alberto E. Justo

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Tibi Silentium laus

¡Hora peculiar la de hoy! La de hoy mismo, la de ahora... Multiplícanse los interrogantes y las desazones, las perplejidades y las dudas. Siempre con la tendencia quizá a un futuro imposible o, por lo menos, no existente.
Y, sin embargo, en este o en cualquier deterioro, más allá de ruinas o de ilusiones, saltando por encima y más allá de los "condicionamientos", descubrimos lo que nos trasciende, lo que nos supera, lo que no-depende de nuestro antojo, y que, a pesar de nuestras vacilaciones, nos pertenece cuando lo aceptamos sin condiciones, como Don único...
Y ¿qué podemos decir? NADA. Porque "Aquéllo" es dicho de una vez para siempre. ¿Insistimos en decir?
Es la hora del SILENCIO. Del silencio profundo que asciende desde lo hondo y se postra en adoración, en espíritu y en verdad. Es hora de adorar, no de hablar. ¡Qué terrible multitud de palabras y palabrejas! Sepamos discernir y callemos con admiración, piedad y respeto, para recibir en el corazón profundo lo que no acertamos a imaginar...

Alberto E. Justo