Extrañeza... Hoy se percibe algo que no es familiar. Peregrinos en un mundo que no brinda ningún sentido (al menos a las miradas superficiales), nos asombramos cuando nos sale al encuentro su confusión y su barullo y cuando adviene no sé qué persecución o incomprensión, aún de parte de los buenos. La sorpresa se multiplica si nos ponemos a juzgar "demasiado", en un exceso de análisis y de propósitos por acertar sin equívocos.
Pero todo ha de ser más simple. Más cerca de nosotros, más en nuestro corazón, se abre la oportunidad y la ocasión de asirnos y adherir al Corazón de Cristo y de hallar en Él nuestra morada. No se trata, ni aquí, ni en ninguna parte, de cumplir requisitos y de alquilar balanzas para pesarnos buenos o más buenos, mejores o peores. Nada de eso. Un feroz moralismo asfixia el espíritu e impide su vuelo. Sobre todo cuando se clava en la carne más exterior y quiere hacer coincidir lo que no coincide y medir lo que no se mide. "Igualitarismos" que son falacia o utopía, pretensiones para retardar nuestro encuentro con el Señor.
No hemos de preocuparnos por los juicios apresurados que acaban por pretender distancias donde no las hay, ni las puede haber. Velemos límpidamente con el Señor en el secreto de nuestro espíritu y aprendamos, cada vez, de lo inaudito para desapegarnos de las cosas pasajeras y vivir ya de las eternas. Sin olvidar que muchas veces nos pegamos a las perecederas teniéndolas por lo que no son. Trascendamos "medios" y reparos: no somos nosotros los que fabricamos, Dios es quien obra y quien viene, llega y ya está.
Alberto E. Justo