domingo, 31 de mayo de 2009


Invitación permenente

¿Silencio que es olvido? Quizá… Pero intentamos decir otra cosa. Nos hallamos en un paraje que debe ser reconocido por sí mismo. La aceptación de este acontecimiento comporta inmediatamente un abandono sin condiciones. En efecto, se trata de no atascarse, de cortar cualquier atadura que nos detenga en el camino.

El “abandono” y el “ser separado” o “desasimiento” comportan, desde el inicio, esta “liberación”, a pesar de todos los riesgos que puedan invocarse.
El “peregrino” debe salir probado, después de un largo período, durante el cual el dolor o las contradicciones, su estudio y su responsabilidad, su disponibilidad y su obediencia, hayan tallado en el buen leño lo que denominaremos ahora una “conciencia” en condiciones de guiar todos sus pasos. Este es el papel de la virtud de la Prudencia, que sabemos elevada por el don de Consejo del Espíritu Santo.


Admirable música, esa que intento discernir en una profundidad siempre nueva. El canto nunca se detiene, porque es silencioso, quedo, portador de paz.
Yo sé dónde resuena y cómo. Yo sé que es SILENCIO.
Alcanzar el silencio… Dejarlo llegar… Dejarlo que ascienda… Porque desde siempre está.

Aunque los ruidos y los gemidos dancen alrededor. Aunque los conceptos y los pensamientos azoten por aquí y por allá. El silencio es más hondo que todos ellos. El SILENCIO ES MÁS HONDO.
Fíjate bien en esta condición, en este HECHO de la “hondura”. En ese nivel de profundidad nada puede alcanzarte.
¿Te animas a descender hasta allí?

Pues, inténtalo. Comienza. No te apresures. Simplemente despréndete, sepárate… Vuelve una y otra vez a tu corazón. Cada ocasión será más profunda. Sigue, busca… Que, por fin, alcanzarás. O serás hallado, alcanzado tú, más allá de ti. O más aquí.
Abandona ese “ego” artificial y el mundo que lo sustenta. Aunque parezca muy propio, déjalo. Nada tiene de lo que buscas y de lo que te busca y llama. Ve más allá.
Albertus in eremo

El Señor nos da su Paz

Esta vez... sal de tu escondite y dinos alguna cosa...
No sé qué pedir ni qué cosa quiero que me digas ahora. Pero tu tienes buena y rápida imaginación, y no dudo de que hallarás buenas y hermosas palabras en esta ocasión.


Sal, pues, que te aguardamos, a pesar del mal tiempo. Dicen que hay tormenta. Otros afirman que, en cambio, no la hay y que allí está el problema. Con tormenta o sin ella, apurado o no por tantas cosas y por las sandeces del momento, dinos alguna cosa, como eso que los peregrinos antiguos rogaban a los viejos Padres del Desierto: una palabra de salvación.

Mira, detente un poco, mira, mira esas flores en el claro del bosque. ¿No hay –acaso- una perpetua correspondencia entre ellas y el corazón? ¿No caminas, ahora mismo, por sendas dichosas, de las que hallas algún reflejo en los paisajes luminosos de la tierra?
Deja que tu balsa siga el curso del agua.

Eres amigo de la tierra que pisas y del sendero que trazas. ¿Quién puede entenderlo? No importa, esta vez, entender. Considérate feliz de tener el cielo por techo, del aire que se te brinda a cada instante, del suelo bendito que te sostiene. Vas de camino... Cada día una nueva lumbrera. Sí, cada día y cada vez.

Este es tu jardín. Descubre la fuente de agua viva que brota en su centro. Es este tu jardín, donde siempre reina el silencio.



frater Albertus

viernes, 29 de mayo de 2009


Caminar

Ni lejos, ni cerca,
Ni arriba, ni abajo, ni por costado o sendero alguno.
¿Has avanzado, alguna vez, sin lugar, ni espacio?
Atrévete a la aventura y deja de una buena vez lo dejado
Y camina más allá, sin caminar.
Niega lo que afirmas, niega lo que niegas,
Deja lo que dejas, deja lo que no dejas,
Abandona el abandono
Y despréndete de todo cuidado,
“entre azucenas olvidado”.


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Horas y horas de dolor, que no pueden reflejarse en expresión alguna… Horas y horas de desolación y de pena, de esa incierta angustia que nació en la contradicción y en la prueba y que ya no sabe de dónde viene, ni adónde va.

Horas de sufrimiento, experiencia de desdicha, en la deforme llanura de tantos sucesos, de tantas noticias, de tantos engaños…
Entre el cinismo de algunos y la indiferencia de otros. Ausencia sin sentido en la jornada del dolor.
¿Cómo ha de vivir y suspirar el hombre desterrado, sin recursos, ni esperanza de paz?
¡Señor, no tardes!


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Pero no falta, no está ausente, esa virtud indefinible que se levanta desde no sé qué hondo escondrijo del alma…
Sí, el Señor nos ilumina de nuevo y nos da esa virtud, que levanta. Es una aspiración que viene de lo alto y sube desde profundidades insospechadas…
Seguimos los pasos de un camino doloroso, lleno de misterio y de sentido, aunque en las horas presentes nos podamos percibirlo de ninguna manera.
No es “hora de prueba”, es hora de libertad y de secreto. Cuando más nos sentimos y nos sabemos lejos, cuanto más parece asfixiarnos la dureza del camino, es que vamos llegando, es que ya estamos en esos umbrales del Misterio.
Fr. Alberto E.

¿Dónde está el valle?

Hermoso valle… ¿Dónde está, dónde se encuentra? Hace tanto tiempo que lo buscamos, que andamos por todos lados para llegar hasta él. Y ahora… , sí, ahora mismo lo descubro, lo veo…, pero me parece lejano, imposible, inalcanzable para mí.
Pero está. No puedo dudarlo ni un instante. ¡¡Vaya si está!! ¿Entonces? ¿Cómo entrar en él?
Una vez más se han desatado ilusiones que distraen y llevan muy lejos, por lo que todos los valles y montañas y mares parecen tan lejanos… ¡El valle! ¡Vaya paradoja extraordinaria! Que… ¿dónde está?
Pero si estás en él desde el principio… ¿No te das cuenta, no caes, que si no estuvieras en él no podrías, en modo alguno, distinguirlo?
Pero sufres su ausencia porque demasiadas cosas de fuera te asedian e interrumpen tu camino al corazón. Tu camino a “ti-mismo”, a tu inalienable soledad.

*******

Siempre es el valle, ese valle, (¿mar, montaña, llanura, desierto, pradera, poblado?) el que logra su reflejo. ¿Cómo es esto? ¡Tantos son espejos que se abren para mirar el secreto! La historia misma lo es, de algún modo. Pero no has de reducir esas figuras que apenas, apenas se perciben. No, no te detengas en el espejo ni en ningún espejismo. Basta que la noticia llegue al corazón… Así no más.




¿Buscamos? Quizá no muy bien. No es hora de buscar, es el instante de encontrar.

Fr. Alberto E.

lunes, 18 de mayo de 2009


UNA NUEVA JORNADA





Cuando menos lo aguardábamos. Porque, frente a las grandes ocasiones, el alma se encuentra a sí misma en el silencio. Buscamos a diario mil cosas con diferentes propósitos y no pequeñas ilusiones. Y sufrimos también esas “ausencias” tan reiteradas, que nos reducen y nos cierran el paso por el desconcierto que causan.
Hasta que un día, no sabemos cómo ni cuándo, se despeja ese cielo cubierto, que ensombrecía nuestro andar.
Es que comenzamos a descubrir que en la soledad nunca estamos solos en verdad. Comenzamos a percibir una “plenitud” que no sospechábamos ayer... Sobre todo en el momento en que aceptamos lo que hasta entonces no acabábamos de conocer.
¡Ah, esos pensamientos inoportunos, que nos descorazonan! Aceptemos el silencio, aun en medio del fragor de los combates. La impresión superficial puede aparecer desoladora: se nos antoja que estamos aquí, no más, inmóviles, detenidos, sin lograr dar un paso hacia adelante... Se nos antoja retornar, una y otra vez, a las maneras que se imponen por allí fuera e imitar los esfuerzos de quienes, tal vez, no arriban a ninguna parte.
Nada de todo eso. Nuestro camino carece de resonancias y de cualquier publicidad. Y esto, también, para con nosotros mismos. Es imprescindible dejar la ambición de ser tenido por algo. Es urgente horadar la muralla que cierra y cubre el corazón. Camino de “abandono” y de silencio profundo.
Porque es allí mismo donde todo acontece...

El acontecer se da en lo escondido. El acontecer que más nos atañe y que más nos debiera interesar. Atender y retornar incesantemente a este centro ha de ser nuestra tarea.
Es hora de atender... Quisiéramos ubicarnos donde más nos corresponda, hallar, en suma, aquel centro, que todo explica y a todo da sentido.
Es entonces cuando nos damos acabada cuenta de que a cada momento hemos de retornar a casa. Sí, a casa, a nuestra casa; que es lo mismo que decir: a casa de nuestro Padre. Nada hay tan nuestro, nada tan familiar, nada tan invitante, nada que nos regale mayor consuelo...
Sabemos que nuestros pasos nos conducen rápidamente, en la misma medida de nuestro querer y deseo. Porque la invitación está abierta, las fuerzas también a nuestra disposición. Descubriremos enseguida el camino: nunca es lejos.
Siéntate aquí no más. No te arrojes. Quédate derecho... Y calla. Eso mismo, viajas sin decir palabra. Es porque has de escuchar mucho tal vez. Pero, ahora, calla simplemente.
Respira hondo y goza del silencio que se te brinda y que asciende desde tu interior. No es una... ausencia. Al contrario. El silencio que llevas y que se te dio un día es plenitud.
No dejes que nada, ni nadie te perturbe. Intenta, una y otra vez, callar voces y fantasmas. Pero tampoco te quedes en ello. Avanza como sumergiéndote en donde no sabes. Ahora, escucha. Ese silencio, que parece vacío y nada, es, de alguna manera, ocasión y lugar. Es pleno. El Señor te ha llevado al desierto para hablar a tu corazón.


Preguntarás: ¿qué hacer ante esas interrupciones o agresiones del mundo que, al acecho, aguardan el momento preciso para cortar tu oración?
Pues nada. Lo mismo que haces cuando se desencadenan las tempestades, cuando golpean las tentaciones o cuando la impertinencia o el desorden se manifiestan aquí o allí. Esas apariciones no pueden quitarte ni el silencio ni la paz, porque ese silencio y esa paz son de Cristo-Jesús y nada ni nadie puede apartarnos del Amor de Dios revelado en Jesucristo.

Prosigue y abre tu corazón. Permanece, permanece. Vela, con Él, una hora. Es decir, siempre.
El camino es silencio. No consideres que, por ello, sigues a tientas. Continúa. Simplemente.
Si eres perseverante, a pesar de las dificultades o de los detenimientos, comprobarás en tu corazón la hondura del silencio. Recuerda, de “un” silencio que ha ascendido desde donde no puedes enterarte bien, pero del cual ya tienes suficiente noticia.
Has descubierto la paz en la confianza de que allí, en ese instante, ya no eres tú quien obra, sino Aquél a quien has abierto las puertas del corazón.
Silencio y Presencia. Una sola realidad para ti ahora. No puedes prescindir de la Presencia. Estás en ella. Ahora, esta Presencia inefable, causa y garantiza el silencio y lo sostiene como su lenguaje para ti.
Ya no dudes. Él está aquí... No es necesario esforzarse, ni embarcarse en otro camino que no sea la simplicidad o la conciencia de la inmediatez, que no se define.
Goza pues de la Presencia... Ya dirás, con los santos, no digo nada, lo amo...
Alberto E. Justo

martes, 5 de mayo de 2009

una oración directa

LA ORACIÓN DEL MAESTRO ECKHART

Alberto E. Justo, O.P.



No pretendo introducir, en modo erudito, esta versión castellana, que aquí presento, de una oración del Maestro Eckhart. Por el contrario, el interés de semejante publicación es abrir más caminos a la plegaria, precisamente cuando hay tantos que descubren, en la dimensión contemplativa de toda vida cristiana, una vocación y una misión peculiares.
La historia de la Espiritualidad, en especial de la Mística, es una trayectoria de traducciones y de versiones de todo género. El papel desempeñado, por ejemplo, por la Cartuja de Colonia, no puede ser soslayado toda vez que se pretenda apreciar el influjo de la mística renana y flamenca en el mundo de expresión latina. Los espirituales, por lo general, han sabido superar las barreras del lenguaje, sobre todo las pretendidas limitaciones idiomáticas, para ganar el corazón de una experiencia que los ha hermanado más profundamente que la misma lectura de obras y de textos. La comunión entre Eckhart y San Juan de la Cruz no puede ser explicada solamente por medio de un estudio filológico. Desde luego éste será útil en su nivel, pero es necesario ir mucho más allá. Lo mismo puede decirse de la Beata Isabel de la Trinidad y de Jan van Ruusbroec... Es claro que la lectura de los santos no posee la misma clave que la de los especialistas.
Sin ver oposiciones donde no las hay, interesa, en cambio, proponer un estilo de lectura que arranque un secreto mayor a cuanto los mismos espirituales han considerado expresión insuficiente de una experiencia siempre inefable.
Se trata del género de la lectio divina. Lectura orante, en realidad, para pasar más allá de la simple letra o introducirse en el misterio que ella cela. Diríamos que eso que está escrito ha de alcanzar y tocar directamente a la vida.
Un monje nos cuenta que hallándose particularmente interesado en conocer el pensamiento de un célebre maestro, ya desaparecido, importunaba a los discípulos de aquél con preguntas de todo género, que estos sólo respondían con dificultad... Hasta que uno de ellos le dijo: -si quiere saber qué pensaba realmente el sabio sea como él y lo sabrá. La escena, muy simple, es aleccionadora.
Ser como él. Nada de extraño, sobre todo si lo despojamos de más y de menos. En efecto, con frecuencia desdibujamos una figura o empequeñecemos el significado de una imagen cuando comenzamos a someterlas a las cantidades. Lo hacemos así deteniéndonos en establecer el mayor o el menor parecido o emprendiendo una suerte de torneo entre lo mejor y lo peor, según nuestro modo de ver; aspectos que quedan, desde luego, reservados a un misterio que nos supera.
En cambio nos interesa otra cosa, a saber: la comunión en el mismo padecer y la misma orientación. Es indudable, y es un hecho de experiencia, que el mismo deseo, quizá la misma expectativa o necesidad, lleva a una unión, y por tanto a un conocimiento, de nueva índole y mayor profundidad. Los mismos interrogantes, tal vez la misma angustia, un dolor similar, generarán una comunión por encima de cualquier cálculo.
El que se aproxima a la obra de un espiritual, en el presente caso del Maestro Eckhart, ha de plantearse interrogantes afines y prestar atención a la intención profunda del autor. Son las afinidades las que seleccionan y llevan, por fin, a la comunión. Se recordará el lugar de la connaturalidad, pero es preciso pasar más adelante.
En efecto, decía un Cartujo (un verdadero lector del Maestro Eckhart en nuestros días) que los textos sobran. En los textos se halla lo que el Señor dice en el corazón... ¡Maravillosa invitación al silencio y a la profundidad!... Eso que yo recibo y acojo, lo que leo y se incorpora como una vivencia plena de sentido, no es tanto lo escrito ahí fuera sino lo que Dios pronuncia en lo secreto del alma y se reconoce a partir de la lectura. (...) on ne trouve rien dans les textes, on y retrouve seulement ce que Dieu prononce dans l' âme. La ratio studiorum devrait s' accompagner d' un ars obliviscendi: il importe que l' homme apprenne, mais combien plus qu' il désapprenne des choses acquises! Que l' intelligence se souvienne de sa virginité et de sa solitude, elle qui doit à sa pure essence d' être toujours neuve et nue, au premier instant du premier matin!
L' esprit qui monte vers la rencontre intérieure traverse le temps en oblique comme un éclair, sa vie n' est pas conquête, acquisition, progrès, mais dépouillement libérateur.
Tal suenan las palabras del Cartujo que explican muy bien este paso hacia la interioridad. Porque es el Espíritu de Dios quien obra y ora en el corazón de sus hijos y es precisamente en su Presencia donde se hallan el origen y la fuente de toda comunión.
Se trata, pues, de otro género de lectura, distinto del que adoptan, por lo general, los especialistas o quienes, con no pocos prejuicios, intentan el estudio de los textos a partir ¡de lugares comunes! Nada de eso. Así como atendemos y oímos, con respeto, lo que nos enseña un gran maestro, así -y no de otra manera- nos recogemos en una lectura que nos hablará mucho más de cuanto dice la sola letra.
Las obras de arte poseen un destino encantador: llevar a quien las contempla por encima de ellas mismas; conducir a su propia superación. De aquí surge ese despojo saludable e imprescindible si no queremos permanecer atados a una letra que acaba por asfixiar.
No hablamos de autores, tendencias o escuelas (¡muchas veces sólo presentes, como fantasmas, en los manuales y en las acostumbradas y fatigosas repeticiones de los perezosos!). No buscamos esas cosas. El propósito es descubrir lo que Dios pronuncia en el corazón. Por ello partimos desde el autor, desde el contenido que hemos hallado a través de su expresión escrita, sin duda limitada, por el hecho de ser expresión.
Ahora bien, hay mucho más. Es fundamental el desinterés en la lectura. En efecto, a los autores espirituales es necesario aproximarse sin interés de usufructo o de cualquier utilización. Sapientia ludit: se trata, como decía nuestro Cartujo, de jugar a ser el objeto (el "juego" es desinteresado). Porque contemplar es lo contrario de poseer. La contemplación -téngaselo bien presente- nunca es una posesión, es, en cambio: dejar ser el ser. La inteligencia contemplativa es humildad y carece de término: no se busca definirla ni medirla de ningún modo. Es el Misterio, tan límpido como insondable (...) No pueden separarse el amor y la contemplación de la intelección así entendida...
Es conveniente acercarse con humildad y leer con asombro. No es necesario abundar en el material ni perderse en análisis sin fin. Ir directamente a lo esencial, evitando perderse por los arroyuelos o por las sendas marginales. Y, desde luego, huir la polémica infructuosa. El Misterio no se abre a los discutidores sino a la audacia de la mirada que ha sabido no detenerse.
Ingresar por el fondo del aula, modestamente. Permanecer en silencio y no subir a los estrados... Renunciar a la vanidad de la última palabra. Sosiego y paz; en definitiva: abandono.
Tales pueden ser los modos acertados para asimilar una gran lección o recogernos en la plegaria.
El texto de la Oración del Maestro Eckhart puede verse, en versión inglesa, en W. Wackernagel, "The Prayer of Meister Eckhart" en Eckhart Review n.7 (1998), pp. 39-40.

Alberto E. Justo, OP



ORACIÓN DEL MAESTRO ECKHART

¡Oh alta riqueza de la naturaleza divina!
Muéstrame tu camino, el mismo que en tu sabiduría has dispuesto,
y ábreme el tan precioso tesoro al que Tú me invitas:
comprender con inteligencia sobre toda creatura,
amar con los ángeles y ser íntimo familiar de tu hijo único,
nuestro Señor Jesucristo,
heredar de Tí y acogerte según tu sabiduría eterna.
Y, con tu auxilio, ser preservado de todo mal.

Pues Tú me has levantado por encima de toda creatura
y has impreso en mi el sello de tu eterna imagen.
Tú has vuelto mi alma
inasible a todas las otras creaturas
y nada has creado a Ti más semejante
que el ser humano según el alma.
Enséñame a vivir de tal manera
que nunca me encuentre sin Ti
y que el flujo de tu obra amante en mi jamás halle obstáculo.
Que yo nunca me rinda
a ningún deseo fuera de Ti.

Señor, tu espíritu es inasible a toda creatura
y Tú espiritualizas el alma
para que, en su condición espiritual,
sea levantada sobre toda creatura,
de suerte que por tu sabiduría eterna
se baste según tu voluntad divina
y que en la gracia sea liberada
de cuantas imágenes indignas
haya podido absorber en ella.

Pues Tú has hecho tuya el alma según tu naturaleza
y la has emparentado contigo.
Guárdala, pues, para que no se establezca en ella
nada que no seas Tú mismo.

lunes, 4 de mayo de 2009

Sin desánimo

HACIA EL HORIZONTE



Una y otra vez… Nos hallamos en el “medio del camino” y en un lugar que “quisiéramos olvidar”. La gran pregunta obtiene una gran respuesta: el silencio, sin más.
Es la hora de la ausencia de razones. El manto cubre, celosamente, cualquier “por-qué” y posee la virtud de celar, de tal manera, que no podamos sospechar que debajo algo hay.
Experiencia (digámoslo así) de lo más insospechado, todavía ausente.
Deseo, cada vez mayor, de una “altura” que carece de medidas, de calificaciones, de nombres. Seguir un derrotero, cuya perspectiva nos es, ahora, ignota.
Ha amanecido un secreto nuevo, el de “siempre” en realidad. Pero sólo lo digo callando.
No es necesario determinar esto o aquello. El alma reconoce su camino, cuando –en efecto- el corazón se expande y halla su misterioso espacio. Es posible que nazca esa nueva experiencia de libertad, que sólo se alcanza con los años, con el sufrimiento, con el pasar… Ese viaje inaudito que emprendemos una vez y continuamos siempre.
Importante es, siempre, evitar el ansia por el “hacer”, que surge sin advertencia, como todo aquello a lo que estamos en exceso acostumbrados.
En efecto, parece que no nos sentimos bien hasta que emprendemos esto o aquello y nos reconocemos en tales acciones o actividades, que nos empujan hacia fuera e interrumpen la quietud del corazón, sembrando dudas e inestabilidades.
Es hora, sin embargo, de grandes descubrimientos. El horizonte se abre y en la senda del corazón. Hay una certeza inconmovible: el Don de Dios.
Puedo percibir todas las voces y los cánticos que por allí resuenan. Puedo maravillarme de armonías y manifestaciones llenas de luz… Puedo, desde luego, aprender –siempre- algo nuevo y atender a tantas sorpresas. Puedo crear y emprender caminos, abrir horizontes, horadar murallas y hasta atravesar sus tantas grietas...
Pero nunca tanto puedo como cuando no puedo, nunca tanto como cuando recibo, nunca como cuando se abre el corazón a la Presencia…
Arrodíllate en el fondo inefable. Adora, donde nadie sabe ni sospecha.


¿Quieres saber y hallar ese “sentido” que no posees? Será necesario meditar y ahondar...
Mira: deseamos la paz y es muy bueno procurarla. Quisiéramos sumergirnos en ese piélago infinito que no tiene fronteras, y seguir al Señor, allí mismo. Hallar, por tanto, un espacio y un tiempo. Un espacio para la oración y el silencio y un tiempo para Él. Es así que, tantas veces, multiplicamos acciones y pretendemos cumplir con mil propósitos, quizá para recibir el consuelo de que “hacemos algo”, de que no estamos tan lejos, ni tan descaminados. Buscamos el calor de ciertas estructuras y “lugares comunes” que nos confirmen y aseguren en lo que sea.
Y, a pesar de propósitos tan legítimos, los resultados son muy pequeños; al menos así parece. ¿Por qué?
Porque pretendemos “seguir” al Señor aquí o allí, donde nos parece oportuno. Sin embargo, a pesar de todo ello, tú, primero, encuentra a Dios, o –mejor- recíbelo donde Él quiere. Sal de ti mismo para que Dios entre a Su casa. El “templo” de Dios eres tu. Por tanto ¡abre las puertas de par en par y libérate de todo!
¡Bellísima y constante acción! Sabemos que la lucha es dura, porque el enemigo ha de poner mil dificultades. Pero es posible deshacerlas a todas, descendiendo siempre, en despojo y humildad.
No, no es lo que parece... Es necesario pasar más allá. La humildad comporta aceptar con gozo el espacio inaudito donde no sospechábamos que el Señor quisiera encontrarnos...

Alberto E. Justo