lunes, 18 de mayo de 2009

UNA NUEVA JORNADA





Cuando menos lo aguardábamos. Porque, frente a las grandes ocasiones, el alma se encuentra a sí misma en el silencio. Buscamos a diario mil cosas con diferentes propósitos y no pequeñas ilusiones. Y sufrimos también esas “ausencias” tan reiteradas, que nos reducen y nos cierran el paso por el desconcierto que causan.
Hasta que un día, no sabemos cómo ni cuándo, se despeja ese cielo cubierto, que ensombrecía nuestro andar.
Es que comenzamos a descubrir que en la soledad nunca estamos solos en verdad. Comenzamos a percibir una “plenitud” que no sospechábamos ayer... Sobre todo en el momento en que aceptamos lo que hasta entonces no acabábamos de conocer.
¡Ah, esos pensamientos inoportunos, que nos descorazonan! Aceptemos el silencio, aun en medio del fragor de los combates. La impresión superficial puede aparecer desoladora: se nos antoja que estamos aquí, no más, inmóviles, detenidos, sin lograr dar un paso hacia adelante... Se nos antoja retornar, una y otra vez, a las maneras que se imponen por allí fuera e imitar los esfuerzos de quienes, tal vez, no arriban a ninguna parte.
Nada de todo eso. Nuestro camino carece de resonancias y de cualquier publicidad. Y esto, también, para con nosotros mismos. Es imprescindible dejar la ambición de ser tenido por algo. Es urgente horadar la muralla que cierra y cubre el corazón. Camino de “abandono” y de silencio profundo.
Porque es allí mismo donde todo acontece...

El acontecer se da en lo escondido. El acontecer que más nos atañe y que más nos debiera interesar. Atender y retornar incesantemente a este centro ha de ser nuestra tarea.
Es hora de atender... Quisiéramos ubicarnos donde más nos corresponda, hallar, en suma, aquel centro, que todo explica y a todo da sentido.
Es entonces cuando nos damos acabada cuenta de que a cada momento hemos de retornar a casa. Sí, a casa, a nuestra casa; que es lo mismo que decir: a casa de nuestro Padre. Nada hay tan nuestro, nada tan familiar, nada tan invitante, nada que nos regale mayor consuelo...
Sabemos que nuestros pasos nos conducen rápidamente, en la misma medida de nuestro querer y deseo. Porque la invitación está abierta, las fuerzas también a nuestra disposición. Descubriremos enseguida el camino: nunca es lejos.
Siéntate aquí no más. No te arrojes. Quédate derecho... Y calla. Eso mismo, viajas sin decir palabra. Es porque has de escuchar mucho tal vez. Pero, ahora, calla simplemente.
Respira hondo y goza del silencio que se te brinda y que asciende desde tu interior. No es una... ausencia. Al contrario. El silencio que llevas y que se te dio un día es plenitud.
No dejes que nada, ni nadie te perturbe. Intenta, una y otra vez, callar voces y fantasmas. Pero tampoco te quedes en ello. Avanza como sumergiéndote en donde no sabes. Ahora, escucha. Ese silencio, que parece vacío y nada, es, de alguna manera, ocasión y lugar. Es pleno. El Señor te ha llevado al desierto para hablar a tu corazón.


Preguntarás: ¿qué hacer ante esas interrupciones o agresiones del mundo que, al acecho, aguardan el momento preciso para cortar tu oración?
Pues nada. Lo mismo que haces cuando se desencadenan las tempestades, cuando golpean las tentaciones o cuando la impertinencia o el desorden se manifiestan aquí o allí. Esas apariciones no pueden quitarte ni el silencio ni la paz, porque ese silencio y esa paz son de Cristo-Jesús y nada ni nadie puede apartarnos del Amor de Dios revelado en Jesucristo.

Prosigue y abre tu corazón. Permanece, permanece. Vela, con Él, una hora. Es decir, siempre.
El camino es silencio. No consideres que, por ello, sigues a tientas. Continúa. Simplemente.
Si eres perseverante, a pesar de las dificultades o de los detenimientos, comprobarás en tu corazón la hondura del silencio. Recuerda, de “un” silencio que ha ascendido desde donde no puedes enterarte bien, pero del cual ya tienes suficiente noticia.
Has descubierto la paz en la confianza de que allí, en ese instante, ya no eres tú quien obra, sino Aquél a quien has abierto las puertas del corazón.
Silencio y Presencia. Una sola realidad para ti ahora. No puedes prescindir de la Presencia. Estás en ella. Ahora, esta Presencia inefable, causa y garantiza el silencio y lo sostiene como su lenguaje para ti.
Ya no dudes. Él está aquí... No es necesario esforzarse, ni embarcarse en otro camino que no sea la simplicidad o la conciencia de la inmediatez, que no se define.
Goza pues de la Presencia... Ya dirás, con los santos, no digo nada, lo amo...
Alberto E. Justo