lunes, 4 de mayo de 2009

Sin desánimo

HACIA EL HORIZONTE



Una y otra vez… Nos hallamos en el “medio del camino” y en un lugar que “quisiéramos olvidar”. La gran pregunta obtiene una gran respuesta: el silencio, sin más.
Es la hora de la ausencia de razones. El manto cubre, celosamente, cualquier “por-qué” y posee la virtud de celar, de tal manera, que no podamos sospechar que debajo algo hay.
Experiencia (digámoslo así) de lo más insospechado, todavía ausente.
Deseo, cada vez mayor, de una “altura” que carece de medidas, de calificaciones, de nombres. Seguir un derrotero, cuya perspectiva nos es, ahora, ignota.
Ha amanecido un secreto nuevo, el de “siempre” en realidad. Pero sólo lo digo callando.
No es necesario determinar esto o aquello. El alma reconoce su camino, cuando –en efecto- el corazón se expande y halla su misterioso espacio. Es posible que nazca esa nueva experiencia de libertad, que sólo se alcanza con los años, con el sufrimiento, con el pasar… Ese viaje inaudito que emprendemos una vez y continuamos siempre.
Importante es, siempre, evitar el ansia por el “hacer”, que surge sin advertencia, como todo aquello a lo que estamos en exceso acostumbrados.
En efecto, parece que no nos sentimos bien hasta que emprendemos esto o aquello y nos reconocemos en tales acciones o actividades, que nos empujan hacia fuera e interrumpen la quietud del corazón, sembrando dudas e inestabilidades.
Es hora, sin embargo, de grandes descubrimientos. El horizonte se abre y en la senda del corazón. Hay una certeza inconmovible: el Don de Dios.
Puedo percibir todas las voces y los cánticos que por allí resuenan. Puedo maravillarme de armonías y manifestaciones llenas de luz… Puedo, desde luego, aprender –siempre- algo nuevo y atender a tantas sorpresas. Puedo crear y emprender caminos, abrir horizontes, horadar murallas y hasta atravesar sus tantas grietas...
Pero nunca tanto puedo como cuando no puedo, nunca tanto como cuando recibo, nunca como cuando se abre el corazón a la Presencia…
Arrodíllate en el fondo inefable. Adora, donde nadie sabe ni sospecha.


¿Quieres saber y hallar ese “sentido” que no posees? Será necesario meditar y ahondar...
Mira: deseamos la paz y es muy bueno procurarla. Quisiéramos sumergirnos en ese piélago infinito que no tiene fronteras, y seguir al Señor, allí mismo. Hallar, por tanto, un espacio y un tiempo. Un espacio para la oración y el silencio y un tiempo para Él. Es así que, tantas veces, multiplicamos acciones y pretendemos cumplir con mil propósitos, quizá para recibir el consuelo de que “hacemos algo”, de que no estamos tan lejos, ni tan descaminados. Buscamos el calor de ciertas estructuras y “lugares comunes” que nos confirmen y aseguren en lo que sea.
Y, a pesar de propósitos tan legítimos, los resultados son muy pequeños; al menos así parece. ¿Por qué?
Porque pretendemos “seguir” al Señor aquí o allí, donde nos parece oportuno. Sin embargo, a pesar de todo ello, tú, primero, encuentra a Dios, o –mejor- recíbelo donde Él quiere. Sal de ti mismo para que Dios entre a Su casa. El “templo” de Dios eres tu. Por tanto ¡abre las puertas de par en par y libérate de todo!
¡Bellísima y constante acción! Sabemos que la lucha es dura, porque el enemigo ha de poner mil dificultades. Pero es posible deshacerlas a todas, descendiendo siempre, en despojo y humildad.
No, no es lo que parece... Es necesario pasar más allá. La humildad comporta aceptar con gozo el espacio inaudito donde no sospechábamos que el Señor quisiera encontrarnos...

Alberto E. Justo