La vida no ha de ser definida. La recibimos y la redescubrimos en diversos niveles, sin apresuramiento y sin tensión.
La Aurora verdadera no se declama, ni se impone. Simplemente llega y nos envuelve en el encanto de su luz, en su aire, en su respiro. ¡Cuánto nos equivocamos al... "forzar"!
El soplo de la mañana y de la vida: es pureza, no reclama. Simplemente es ahí.
Llevamos horas navegando por un lago silencioso, próximos a una costa boscosa y acercándonos a esa isla en cuya soledad se oculta una pequeña ermita. Si nos apresuramos se aleja, si nos dejamos conducir por la mansa corriente, se acerca...
Porque es muy bueno contemplar y gozar, en la primera mañana, el regalo divino de la paz.
¿Y esto es compatible con los sacudones de una hora difícil, cuando el alarido y la hostilidad son formas habituales de expresión y de conducta?
Laguna y Aurora, Paz y Verdad están en el paisaje del alma y ésta no sabe de claudicaciones cuando se desprende de cuanto no le pertenece y se abandona en la Vida verdadera.
Alberto E. Justo