Quizá alguien camine por senderos silenciosos, al pie de las monatñas, donde apenas un leve soplo del viento acompaña su andar. Otros seguirán por el valle, más allá de cualquier determinación, admirando y gustando el aire y el perfume de las flores. Habrá -por esas zonas de la lejanía- ilusionados peregrinos buscando siempre una nueva soledad...
Por aquí, en cambio, sin lograr expresión adecuada, bordeamos el abismo y nos deslizamos en él. Ruidos los hay, de los más terribles, sorpresas de todo tipo y a granel, miradas perdidas, desengaños, sombras y santuarios sin altares... Soledad sin marcos, ni límites, hondura inaudita, interrogante que evoca las sendas más escondidas y los lugares que ya no son tales.
¿Espacio? No queda otro que el salto a la Eternidad.
Todo el encanto y la belleza de los altos parajes, todo el embrujo de aquellas melodías de paz, los perfiles de rostros maravillosos, los ojos más penetrantes... Todo, todo, puede vivirse en esta apertura del alma a la Eternidad.
Alberto E. Justo