La "realidad profunda" sólo es adivinada en el maravilloso espejo de la Belleza, cuando nos gozamos hallándola. El ojo nos regala una visión que tiene horizonte, un cielo que nos cubre, mares y montañas, perspectivas siempre nuevas en los valles. Los rostros esconden secretos inagotables...
Pues bien, la naturaleza, aquél espacio, noche y día, esplendores y nublados, nos brindan, espejándonos, algo de nuestro secreto, algo que está infinitamente más allá de los confines. Basta mirar en "hondura", porque lo que no vemos se entrega a ese "ojo" en múltiples significaciones...
El espíritu, nuestro espíritu, es grande como el universo. Es hora de viajar.
Más alto que las montañas es evocado por las cumbres y lo conocemos, lo sospechamos, gracias a ellas. No es, desde luego, esas alturas, pero lo descubrimos así gracias a ellas.
Nunca pudiera vibrar el corazón si no hallara su "miniatura" en la inmensidad de esos valles...
Es el templo de Dios, aún escondido. Resuene aquí mismo nuestra plegaria que es la del Espíritu, con gemidos inefables...
Alberto E. Justo