¿Es posible, por fin, que aceptemos el valor de nuestro sufrimiento? Desde luego que se tratará siempre de una "cruz" recibida, dada, no elegida... Hay aquí un valor supremo que no podemos "desmenuzar", que nos es muy difícil circunscribir, que es, más bien, propio del silencio y de su abismo. Pero, lo sabemos, lleva muy alto. Casi, diríamos, que allí está señalada la fecundidad de nuestra vida y de nuestra peregrinación, que no se contradice con el júbilo ni con la alegría.
Cuando meditamos los Misterios de dolor, ¿no decimos -acaso- "Alégrate María"? Aquí hay una grande invitación, al menos a meditar acerca de nuestra labor y de nuestra peregrinación. ¡Cuántas veces los peregrinos se interrogan y se plantean esto o aquello, es decir: si es importante "hacer" esto o aquello! ¡Cuánto deseo de "aparecer" o de "realizar"! Pues el secreto profundo de nuestras "obras" se halla en la Cruz. Reposo contemplativo y alegría, porque los pasos de nuestras sendas encierran una asombrosa fecundidad.
Alberto E. Justo