En la hora presente, como en cualquier otra, se manifiesta un hecho ineludible: la peregrinación en la que estamos empeñados constituye una lucha, comporta esfuerzo y paciencia y, desde luego, el coraje -¡tantas veces!- de aceptar injustos rechazos. El secreto es hondo y admirable: ser uno con Aquél que vino a los suyos y los suyos no lo recibieron. Caminar como los antiguos, sin dudar en nuestros pasos, porque seguir las sendas por las que vamos comporta una paz más alta (si podemos decirlo así). Pero es claro que esa "paz" no es la del mundo ni la que pretenden ofrecer los que ambicionan el dominio o cualquier forma de poder. La paz verdadera sólo brota y vive en el corazón, en el centro, en el silencio, en la contemplación bendita. ¿Arrojo? Desde luego: no hemos de dudar ni ceder. Pero con la firme convicción de que todas las conmociones de este mundo no pueden apartarnos ni distraernos siquiera de nuestra vocación contemplativa.
Es inmensa la interioridad y no sabe de confines...
Alberto E. Justo