El Señor llama, una y otra vez... ¿Lo reconocemos? O nos hemos apropiado de una imagen suya tan delimitada, tan terminada (por decirlo así), que ya no acertamos con sus nuevas (siempre nuevas) visitas... Porque nunca deja de visitarnos.
No lo aguardemos según nuestras "estructuras", ni según nuestras suposiciones. Creíamos ayer esto o aquello y "necesariamente" se ha de dar así y ahora... Nada, nada. El espíritu ha de abrir su intimidad con confianza al Señor que llega.
Que la plegaria comience siempre por una actitud de acogida. Escuchemos primero...
"Habla, Señor, que tu siervo escucha."
Y luego pidamos, sin cansarnos jamás, "¡¡Señor, enséñanos a orar!!"
Él es nuestro maestro en la oración, Él es nuestra oración... ¡Qué gozo inmenso saberlo siempre orando en nuestro corazón! Él que ora al Padre en nombre nuestro, siempre con nosotros...
Alberto E. Justo