"Si no te vuelves como este niño..." Invitación llena de sentido, que el Señor nos dirige a cada uno de nosotros... Pero ¿se trata de una especie de esfuerzo, de efectivo voluntarismo, para transformarnos, tal vez según un método, en lo que ya no somos? No es eso. Porque ese "niño", éste "niño", ya vive en el corazón. Es la pureza de ese nacimiento virginal de Dios y en Dios, es nuestra condición verdadera, escondida y no manifiesta sino luego de esa aventura de vida y de gracia que puede llamarse "descenso al corazón." Sí, claro, descenso hacia una realidad escondida, reencuentro con el Origen.
Cada uno es llamado; cada uno es UNICO; y se halla -si quiere- en esa profundidad dichosa. Cada uno va con el secreto, su secreto -descubierto o no- siempre inefable. ¿Un "mito"? Tal vez, pero un mito en el sentido que este "mito" es la más perfecta expresión de lo inefable y supera cualquier intento de reducción a un "concepto."
Anterior a cualquier reducción estructuralista nuestro Origen brilla más allá de las fronteras. Ante él palidecen definiciones o instituciones; ante él todo calla para evocar el templo sagrado donde el hombre descubre su rostro a Dios. Directamente y sin reparos. "Tú, sígueme y deja que los muertos entierren a sus muertos." Descubre el desierto más maravilloso, el desierto florecido sin confines...
Por eso eres, en verdad, ermitaño y eres monje (que quiere decir "único", al menos "unificado"), eres "eso", el Espíritu está en ti...
Es hora de cultivar esta vocación admirable atendiendo a esta conversión y a esta realidad. No te conformes con lo que "se dice" o lo que "se aprueba" o "se aplaude"... Vuelve a ser niño, vuelve a casa...
Alberto E. Justo