¿Luchar por la soledad? ¿Luchar por la realidad más allá de los oscuros espacios de este mundo en caída?
La pregunta suena como una ironía. Lo que suponemos siempre es que hemos de procurar, con trabajo y fatiga, los "lugares" en este mundo. Pero hoy no es más así... Hoy las "sombras" enemigas avanzan y no perdonan los ámbitos de paz, y, sobre todo, no toleran a quienes reciben esta incomparable vocación, que llamamos "contemplativa". No la toleran, quizá porque no la pueden aceptar ni, desde luego, comprender.
El llamado a la contemplación, en esta peregrinación, es la cima de la vida. Y no es posible soslayar ni olvidar este verdadero imperativo al cual, en ningún caso, podemos renunciar o ignorar.
El primer error a evitar es encerrar la vocación contemplativa en instituciones o centros ya preparados y supuestamente idóneos. La vocación es personal y profunda y nadie ni nada puede apartar de ella. Habrá "lugares" más o menos favorables, habrá escuelas y experiencia de sabios... Pero todo ello es marginal.
El "llamado" es directo, como un potente rayo de luz que se enciende en el horizonte y sólo reconoce aquél que es destinatario de semejante visión.
El peregrino queda irremisiblemente "herido" y llevado muy por encima de los estadios de este mundo.
La lucha es ahora el "desasimiento" y el olvido, aún de lo que más mortifica, aún de lo que -aparentemente- más atrae en las jornadas presentes, en los almanaques de moda.
La senda pasa por el Huerto de los Olivos y es éste un misterio que el viandante ha de vivir. Es "su" monasterio, su claustro de silencio y de oración, velando con Aquél, que sin cesar se manifiesta aún en el dolor y el desengaño. Es esta la "soledad" más alta, directamente, sin caminos, sin tiempos, sin espacios...
Alberto E. Justo