Ahora mismo... ¡Qué plenitud en este instante, qué hondura en el presente!
Supera cualquier imaginación, cualquier sospecha, hasta cualquier deseo!
En efecto, cuando se abre el secreto de la Aurora, de ese único nacimiento que se renueva en el centro del alma, no hay ya palabras, ni lenguaje alguno capaz de expresarlo.
Silenciosamente se abre camino una convicción, una luminosa certeza, encendida en el mismo origen, en la misma fuente, en el don recibido, en el don que sabemos recibido. No hay ya pruebas... ¿Para qué? ¿Cómo puede ocurrírsenos probar lo más con lo infinitamente menos?
El silencio es aquí el gran maestro. Porque, desde luego, el silencio acoge, es capaz de recibir. Cuando todo calla hay algo que se descubre. ¿Cómo decirlo? Hay Alguien que vive y de su Vida nos arriba todo. ¿Todo? Allí nacemos...
Soñamos, frecuentemente, con lugares y parajes, más allá de los cercos que parecen envolvernos. ¡Cuánto soñamos! Añoramos los mayores espacios, esas dimensiones que continúan, que se van, siempre más allá. ¡Ah! Anchura y solemnidad del mar, inacabables llanuras, insospechados cielos... ¿Cómo consolarnos? ¿Cómo aceptar –así nomás- esos límites nuestros, que tantas veces nos ahogan?
Y sin embargo esos ilimitados horizontes, aquellas montañas tan altas, caminos que siguen y nunca acaban... ¡son pequeños, muy pequeños, poquísima cosa, frente a las dimensiones del alma y del espíritu, abiertas en nuestro corazón!
Pero somos tan necios ¡que les restamos realidad! ¡Ah mezquindad de todos los días! Ya no somos capaces de desvelar el rostro escondido, que es el más grande de la realidad.
Los más bellos claustros del mundo, levantados por la generosidad y la magnanimidad de los Padres, son un pálido reflejo de ese incomparable e inconmensurable claustro del alma, paraíso de la soledad, atrio del templo de Dios, guardado en el silencio del corazón. Y si la picota de nuestros días, manejada por los demoledores de todos los tiempos, ha pretendido borrar esos pilares de piedra, testigos de eternidad, permanecerá y permanece el infinito tesoro del templo y de su claustro escondido, no como añoranza del alma, sino como verdad y realidad encendida en nuestra misma sangre.
Rescata, en tu corazón, ese tu deseo profundo, que te regala Dios. Vuelve sin cesar a ese instante que es ahora, donde puedes recogerte y entrar en el retiro de tu alma en el mismo Espíritu del Señor.
No estás lejos de donde has estado siempre... ¿No puedes VER más allá? ¿Tantas necedades resuenan por esos laberintos, que pretenden encerrarte, que olvidas lo más nítido, transparente y esencial?
¿No sabes que más está al alma donde ama que donde anima? Pues es tiempo de tenerlo bien presente, para no perderse en zonas indignas de atención y de amor... Cuando vas de camino y te cansas y te fatigas, sabes que es propio del caminante, del peregrino, sufrir el rigor de ciertos andares y de tantos trayectos y aventuras. Pero el cansancio no hace ni genera el andar. Sabes que es posible, como consecuencia, padecer el calor de la jornada, pero no abandonas tu viaje por eso. Y tu viaje no es eso.
Permanece, pues, firme y confiado. Recuerda la palabra del Maestro Eckhart: “ninguna obra exterior es tan perfecta que impida la interioridad”. No temas, ni te desanimes. Nada ni nadie puede apartarte del Amor de Dios.
Alberto E. Justo