Éstas son al revés de lo que suponemos. Los caminos del silencio comportan siempre un retorno, volver a casa, a la Casa del Padre, al secreto siempre más profundo del corazón. No es hora de hacer "fuerza", ni de inventar "fervores". Es hora de paz y de coraje: atravesar de nuevo el dintel de la puerta que dejáramos atrás y adentrarnos allí mismo. ¿Comporta un retroceso? De ninguna manera. Comporta nacer de nuevo, cada vez. Dejar que el Verbo venga... ¡Ven Señor Jesús! O, quizá, cuando llama a la puerta entramos ahora nosotros con Él y en Él.
Si has juntado demasiados ladrillos, déjalos a un lado. Simplemente levanta en tu alma los muros de tu jardín. ¡Es hermoso este jardín! Ahora bien, tus sentidos no se procuren muros de materiales, aunque parezcan muy protectores. Tus sentidos han de disciplinarse y aplicarse, siempre de camino, al verdadero jardín interior. Cuando suenen esas lejanas trompetas, te dirás a ti mismo: -eso no es para mí, están muy lejos. Cuando algún grito cercano te desconcierte, dirás rápidamente, -Señor Jesús, ten piedad... Porque el silencio y la vida, porque todo es Él. Reposa en su Corazón, esa es tu casa, ese mismo, tu silencio.
Fr. Albertus