Y no es palabra vana. Desde luego. Ahora bien ¿Es necesario alterar la quietud propia del hombre con la ansiedad y la angustia del "qué cosa hacer"? Terrible sentencia ésta del... "hacer" y terrible afán el de creer que... "hacemos". Porque, en efecto, no nos conmueve ni nos advierte suficientemente la palabra divina. Seguimos dudando y porfiando una paz ilusoria que imaginamos originada por los perecederos bienes de esta tierra...
La Paz que el Señor nos da brota del Corazón de Cristo y tiene por destinatario permanente el corazón del hombre... Es una realidad, es verdad que se nos otorga, que la recibimos si queremos acogerla en lo profundo. Aquí está la clave: en lo "profundo".
No ayudan la paz, ni la vida espiritual, las inquietudes de unos y de otros, alterando con novedades, reuniones y presiones (las que se quiera) el andar cotidiano de los peregrinos, que -en calma contemplativa siempre- logran descubrir su fin y su derrotero. El hombre se ha tornado infecundo en el camino espiritual por el exceso de distracciones, de cambios, de encuentros, de informaciones, de noticias de todo tipo. Tenemos derecho a reclamar silencio y a que se respete la psicología del viandante y su salud.
Esta lucha es un imperativo y no dudamos que se pueda librar sin perjuicio y en ayuda de esa honda paz que es permanente don del Señor.
Alberto E. Justo