Aquél viajero asaltado por los ladrones y auxiliado por el "buen samaritano", ¿qué pudo? Tal vez padecer, pero -sobre todo- recibir la ayuda y la compasión de otro. El "hijo pródigo", ¿qué pudo hacer? sólo volver a su casa y recibir el amor de su padre... Y la célebre "mujer adúltera" ¿pudo algo más que quedar allí mismo, presente y en silencio, ante los acusadores y ante el Señor?
Nada más y nada menos: porque, por lo general, "no-podemos", cuando no hay "fuerzas" y cuando atenazan hechos y personas...
Es un misterio muy grande el "desconocimiento" o descuido con que el peregrino tropieza por las sendas de esta tierra. Pocos son los que "saben" de él y muchos los que "pasan" mirando de reojo: -¡que baje de la cruz y creeremos!
¿Afirmaremos que es "hermoso" saberse impotente o desconocido? No hiciera yo ahora ninguna definición apresurada para no caer en vanidad ni en tontería.
Lo cierto es que existe, pequeño, pequeño y, al mismo tiempo, grande, grande, este "no-poder", estos límites cuya calificación y medida resultará siempre vana.
Sigamos en el desierto del "no-poder" que sólo Dios sabe y conoce y que, misteriosamente, nos lleva por él.
Alberto E. Justo