¿Qué es lo que vemos, qué es lo que oímos, en este "mundo" circundante que asalta y amenaza? En realidad: poco y nada. Hay dos dimensiones: una primera: las "cáscaras" y otra detrás: las "desilusiones". Las coberturas sombrías son las que "aparentemente" nos tocan, las segundas, las tristezas, son las consecuencias de prestar atención a las primeras...
Entonces: ¿educar los sentidos? ¿Para no ver, para no oír, para no tocar? ¿Por dónde comenzar si tal fuera nuestra tarea ascética, a fin de vencer la terrible acedia propia de esta hora?
Todo ha de comenzar por una "educación" de la MEMORIA. Las falsedades exteriores llegan a un terreno bien dispuesto por las evocaciones harto frecuentes de una memoria no sujeta...
Si percibo un sonido, inmediatamente lo asocio con "recuerdos" mortificantes, con sufrimientos o carencias del pasado, que he retenido dolorosamente en mi "cuerpo", en todas las células de mi cuerpo.
¿Cuál es el primer "paso" de la memoria? Tener presente, en cualquier circunstancia la Palabra de Dios: "Yo Soy el que Soy". Es decir la misma realidad, mi vida verdadera, el hecho de que no soy yo sino Él, esto es: soy en Él y Él vive en mi.
Ahora bien: ante la certeza de que Él vive en mi y mi vida está escondida con Cristo en Dios, los asedios del mundo, aún los más cercanos, aún los que se despliegan en los "lugares" tenidos por "santos y buenos", se esfuman porque no son "reales", son sombras de prueba o surgimientos de una suerte de caos que está debajo y que reaparece en ciertos pasos del tiempo y de la historia.
Por tanto: "más allá" que siempre puede ser "más aquí".
Elevemos nuestro pensamiento y nuestra meditación al Crucificado y a cuanto Él oye y sabe de nuestro pecado y de nuestra necedad. "Señor JesuCristo, Hijo de Dios Vivo, ten piedad de mí, pecador."
Alberto E. Justo