Aunque no parezca en el silencio del desierto, por encima de los ruidos y de las dificultades, resplandece la luz siempre nueva, que nunca palidece, que nunca se aleja.
El desierto es la ciudad y el despoblado; el desierto es paisaje y apertura, el desierto envuelve en silencio nuestras horas mejores y se convierte en ocasión de elevación insospechada.
El silencio supera todo ruido y toda angustia: puede ser cobertura y abrigo de paz si sabemos andar por sus sendas y abrir sus caminos. El desierto es soledad inefable y comunión altísima cuando prestamos atención pura desde el corazón profundo...
Alberto E. Justo