Con frecuencia lamentamos el ámbito de nuestros "movimientos" en estos tiempos de prueba por los que pasa nuestra historia. Tal vez quedamos "detenidos" en consideraciones verdaderamente asfixiantes, porque no se da eso que aguardábamos y nuestras ilusiones quedan a mitad de camino o harto frustradas.
Estas horas son severas, en efecto, la torpeza se descubre por todas partes y sufrimos situaciones de hostilidad y de ahogo...
Entonces, ¿qué pasa? La vida, nuestro camino, no puede depender, nunca depende, de circunstancias o de condicionamientos exteriores o caprichosos. "Aceptar lo inaceptable" puede aparecer como una fórmula quizá feliz, pero que no resuelve lo que más nos mortifica. Es heroico, desde luego, pero no convence en los momentos más extremos...
La respuesta puede hallarse en una convicción firme: "nuestra vida no está ni consiste en lo que aparece y se manifiesta". Hemos de aprender que estamos más allá y que los gritos que perturban no nos pertenecen ni nos alcanzan. La "obra" del enemigo es gritar bien fuerte para convencernos de que nuestro mal está cerca... Pero está muy lejos.
Todo "eso" que indigna es ajeno. Porque infinitamente más real es la obra de Dios en nosotros, en suma: Su Presencia. Y no depende Dios de comportamientos más o menos sofisticados que tantas veces nos tientan y nos "atan" por creerlos estúpidamente nuestros. Decimos: "Padre Nuestro". Yo no soy mi Padre, sí soy en Él, lo que es muy diferente.
Meditemos acerca del ámbito y de la intimidad verdadera de nuestra vida...
Alberto E. Justo