domingo, 4 de julio de 2010

Diálogo inconcluso y sorpresivo

-¡Hola!¡Tanto tiempo! Me alegro de encontrarte... ¿Cómo van tus cosas?
-Bien...
-Yo no me puedo quejar, ja, ja. El éxito em sigue sonriendo y mis tareas me brindan más de lo que pueda aguardar de ellas... ¿Y tú? ¿Salió adelante aquél propósito y proyecto del que me hablaste una vez? Supongo que sí... Un hombre capaz y preparado como tú...
-No mi amigo, no; las cosas han ido en sentido inverso y debo conformarme hoy con un puesto muy modesto y marginal... Los "directores" no apreciaron mi trabajo, es la dura verdad, y yo me quedé medio en la calle, aunque me desempeño en niveles inferiores bastante bien.
-¡No deberías conformarte con ello! ¿Cómo puede ser? ¡Un hombre como tú! ¿Qué dejas para tus hijos? ¿Vergüenza?
-No lo creo. Les dejo honestidad y coherencia...
-Son palabras...
-No, no son palabras. Hay una grandeza, también, en la... "derrota..."
-¡Por favor! Ya estamos cansados de esas heroicidades sin sentido.
-Tú sabes que descubrimos la verdad en un sufrimiento que es asumir el "peso" de nuestra humanidad, como Cristo llevó el peso de todo en la Cruz...
-Sabía que saldrías con eso... Pero si así eres feliz y tapas los agujeros...
-No es así. La lucha empeñada y no reconocida puede ser mayor, infinitamente mayor, que la del éxito que tanto seduce. Es una lucha que tiene por destino y por victoria un "más allá" de todo, que supera la hora presente, porque acaba en la Vida Eterna. Creo y vivo eso por gracia de Dios. De modo que el resultado, aunque sea escondido, tiene un eco infinito. No hallo nada tan pleno como el Misterio de la Cruz...

Alberto E. Justo