No es cuestión de urgencias ni de angustias. Todo se ordena -¡qué paradoja!- a conducirnos a la paz más real y profunda. Nuestra tarea es mejorar la relación con acontecimientos, sucesos y cosas: una actitud fundamentalmente contemplativa de todo en la raíz de la Fe. No estamos desprovistos ni expuestos sin más, no estamos indefensos. Por el contrario, la meditación nos debiera introducir en la realidad y llevarnos a una acción sana y siempre serena.
Que esto exija, más de una vez, el exilio, la incomprensión y el desprecio circundante no debe admirar ni extrañar: la vida presente del peregrino comporta precisamente eso.
Nunca será suficientemente dicho que no se halla el "sentido" donde apresuradamente lo buscamos, sino más allá de las determinaciones usuales y de la terrible lógica humana. "Nada se pierde"... Hay que insistir en ello. Nada se pierde. El "tesoro" está "escondido", pero, en verdad, ESTÁ.
Cuando los lazos se estrechan con determinaciones caprichosas, cuando nos ahogan con estructuras y otras yerbas, es cuando somos (o debemos sabernos) más libres, por encima y más allá (o más aquí) de cualquier servidumbre. La Palabra de Dios no está encadenada y nuestro espíritu vive de la Gracia y puede remontar por encima de nubes y montañas. Y más allá, siempre más allá o más aquí.
No importan las aparentes cadenas de este mundo. Ellas mismas pueden ser muy útiles. Es necesario aprender a trascenderlas cuando están ahí. Si no estuvieran no acertaríamos en nuestro camino. Esto no quiere decir que nos conformemos con ellas. Esto comporta convertirnos de verdad en peregrinos que tienen su vida ya en el Cielo.
Alberto E. Justo