Nos relatan (como buenos cronistas) que, unos y otros, llegan de viaje -¡tantas veces!- y sin motivo grave aparente, hasta que acabamos por preguntarnos las razones de tanto movimiento. En realidad nada válido gesta el hombre sin quietud ni asiento. La dispersión es un mal de nuestros días y tiene fervorosos seguidores de todo pelaje e inclinación. Será por ello que echamos de menos tantas cosas profundas que no aparecen en el horizonte y, sobre todo, la ausencia de aquellas realizaciones que pueden desafiar el tiempo y hacerse perdurables para bien de todos.
Deja de andar de aquí para allá y calienta por fin un asiento. Desde luego no sólo físicamente, sino espiritualmente también... No te ocupes tan en exceso de lo que hacen los demás, ni te afanes en imponerles todo eso que antes o después muere. ¡¡Detente!! No te equivoques, respeta, calla, contempla...
Este llamado resuena en nuestra conciencia cuando sabemos que es necesario vivir y volver a lo interior. Y más necesario es... AMAR. Porque el hombre, que tiene una gozosa limitación, no puede amar en verdad sin quietud, es decir: sin lograr el sentido profundo que le entrega, sin condiciones, su corazón...
Que el Señor nos confirme y nos bendiga, a fin de vivir en verdad en Él y para Él.
Alberto E. Justo