El panorama de las superficies puede ser -siempre- sumamente seductor. Si nos establecemos a la vista de todos y con general beneplácito y aplauso, más todavía. Pero esto es un engaño. Un solo "sometimiento" a la vida misma, a un sufrimiento indescriptible o incomprensible, buceando en su hondura y en su proyección y ofrecido y elevado a Dios, vale más que diez mil premios, atenciones o éxitos pretendidos...
¿Cómo sumergirnos en esa verdadera dimensión que no tiene a su disposición ni propaganda, ni sistema alguno de difusión? Nos seduce... "difundir", hacer una y otra vez pantomimas en el escenario para que todos nos vean... Preguntamos: -¿cuánta gente hay? Y según la medida nos parece que vale la pena actuar.
Insistimos en los balcones que miran hacia afuera: sentidos y potencias; y olvidamos a aquel que es quien ve. Volcados a los objetos olvidamos al sujeto...Es hora de invitarnos a esta meditación. Conozco (desde luego y sin duda) pero ¿quién soy? ¿Quién es el que conoce?
Alberto E. Justo