En el fulgor de la Belleza... Porque, quizá, ante un maravilloso paisaje, rodeado de mar y de montañas, en una no menos maravillosa soledad, nos preguntemos: -¿dónde vive o está escondido el ermitaño?
Entonces recorremos sendas y caminos, nos detenemos en subidas y quebradas, investigamos los valles pequeños con sus árboles, con sus flores. Imaginamos, tal vez, en qué lugar de esa imponente soledad ubicaríamos nuestra ermita, nuestra casa, nuestra morada... Suponemos que en semejante paraje es fácil, muy fácil hallar la paz y el silencio que tanto deseamos...
¿Y si levantamos la mirada y nos fijamos en los espacios celestes, más allá del alcance de nuestra vista, no nos imaginamos levantados a alturas más sublimes, sin lazos que nos puedan detener?
¡Cuánto quisiéramos pasar más allá!
Pero juzgando mejor... ¿hallamos un ermitaño por esos caminos, por esas alturas? Es posible... pero: esos caminos y esas alturas son apenas una pincelada, y bien pequeña, del corazón del solitario, abierto a la Presencia de Dios.
¿Descubriremos, por fin, la vida profunda, que es mayor que el universo, que no tiene testigos, sino que es de Dios?
Alberto E. Justo