¿Un corazón que ora? En efecto, no imaginaremos jamás, en esta peregrinación, lo que comporta la mirada y la "atención" de Dios para con nosotros, para con cada uno de nosotros. Es una "venida" tan profunda y, digámoslo así: tan "vital", ha tomado tan en serio nuestra vida, porque en el secreto más real y más hondo de todas las cosas y de nosotros mismos, Él es pura presencia.
¿Permanecer en silencio? En el silencio y en el no-silencio. Más allá e infinitamente más aquí... ¿Se da, entonces, un diálogo? ¿Qué es un diálogo? No hay calificaciones ni "nombres" que valgan, porque lo inferior no llega a expresar lo más alto y trascendente.
En lo profundo, en el "Fondo del alma" sabemos que acontece... Que nuestra alegría y nuestro gozo le den esa bienvenida que tampoco podemos expresar con simples palabras.
Dios mismo es nuestra oración; Él mismo es nuestra santidad y perfección. Renuévese, por parte nuestra, un incesante acto de fe en su Presencia. Recordemos a San Agustín y a Eckhart: cuando lo recibimos en la Santa Comunión no somos nosotros los que lo transformamos a Él, como ocurre con cualquier alimento, sino que es Él Quien nos transforma a nosotros en Él...
Alberto E. Justo