En efecto, allí donde no esperábamos hallamos la sorpresa... Y, rápidamente, nos damos cuenta de la novedad: el mundo circundante no es tal como imaginábamos. Tampoco el universo interior... Todo ello es apertura para nuevos descubrimientos, aunque no emprendamos viaje alguno. El "viaje", que es peregrinación, no admite descripciones ni definiciones: es, en cambio, una aventura, una aventura que nos transforma quizá, según obra la Gracia...
¡Ah! Nunca separemos la Gracia de la Vida, ni opongamos internamente lo que el mismo Dios obra. No hay, ni puede haber, contradicción...
En el Desierto (¿qué es el Desierto?) hallamos el oasis y la fuente de una paz inefable. Es, también, lugar de lucha... Pero ¿sería de paz si no hubiera combate? Porque la paradoja es grande: la paz interior, la paz verdadera, merece atención y fidelidad. Y nuestro empeño, nuestra decisión de continuar o resistir, nos permite aquietarnos y reposar de un modo nuevo. Porque nuestra lucha, ésta, es simplemente pequeña. Con mucha debilidad a veces, con no pocas vacilaciones... Pero tiene esa firmeza que sólo la Gracia puede darnos y que no es ningún lujo ni rareza, ni extraña añadidura, sino regalo y don permanente de Dios.
No es "vergonzoso" luchar en el Desierto, tampoco es infecundo. Carecemos de parámetros y de medidas a nuestro antojo. Abandono y confianza en Aquél para quien somos desde siempre.
Alberto E. Justo