Lamentamos, muchas veces, carecer de fervor. Pero ¿de qué se trata en realidad? ¿Se trata de dar al Señor un gusto o de dárnoslo a nosotros mismos? El "fervor" pretendido puede resultarnos una especie de prueba de que somos tal y tal cosa. Y así me consuelo.
Pero me parece que el camino es otro. La intención profunda carece de premios. Ella arriba a su destino por una gracia que no probaremos como satisfacción por nuestra parte. Es posible que en el desierto padezcamos la sed y no logremos darnos cuenta que estamos cara al cielo...
Es verdad que la plegaria es un consuelo incomparable, pero no la contemos en nuestras estadísticas. El respiro no nos premia, simplemente por él vivimos.
En nuestra plegaria no nos escuchemos. Simplemente y directamente...
Alberto E. Justo