viernes, 24 de junio de 2011

Orar siempre y olvidar...

Mucho es lo que te preguntas... Quizá sea bueno acallar esa tensión propia de las "cuestiones" y de las calificaciones o estados, que no cesan de invadir ámbitos y jornadas de toda especie.
Atiende, en cambio, a los niveles. Los más exteriores son también los más inciertos y los menos reales...
La oración verdadera y profunda se da más allá (que es más aquí) del campo de percepción habitual. Porque, en efecto, el corazón no ora tejiendo conceptos o discursos, ni "copiando" los dichos de otros, por más elevados que sean.
El corazón ora en silencio en la misma medida en que recibe y acoge al mismo Espíritu en su única profundidad.
Quisieras "atrapar" palabras y actitudes, tal vez utilizarlas empleando no sé qué dominio que pretendes sobre ellas. Quisieras, en suma, oírte, percibir ecos tuyos y sumergirte en el mar de tus sentidos para merecer el título de "orante".
Pero por allí no es. Deja latir el corazón. El Señor viene, está desde el principio y desde siempre. Deja al Espíritu. Vive en y del Espíritu. No trates de recibir gratificaciones, ni aprobaciones...
Lo "menos" no confirma a lo "más".
¡Recibe -Señor- esta plegaria mía, adentrándome en tu Corazón y ocultándome!
El Fondo inefable es la morada...

Alberto E. Justo