Porque todos los días aprendemos en el silencio o en el bullicio un "paso" hacia lo alto de un camino que no acaba y que halla su cumplimiento en la hora de la muerte...
El hombre no sospecha la luz de su intimidad, lo íntimo inmenso de su corazón. Las amenazas de inquietud y de zozobra, en la difícil navegación de estos días, se multiplican y atemorizan ante el permanente deseo de paz.
¿Cómo huir o precaverse de tanta angustia y desazón en medio de un mundo que todo lo quiere ignorar?
El horror de estos días es ruido y tristeza, en suma "desesperanza" y desilusión.
Pero nuestra oración no está encadenada y la súplica cotidiana se eleva a cada instante en medio de tantas pruebas. Súplica silenciosa y solitaria, plegaria en nueva soledad. ¿Quién se atreve a seguir ahora luchando y luchando en el secreto cotidiano de un sufrimiento incalificable?
Porque, en efecto, lo primero que se manifiesta en nuestras jornadas es la imagen de Getsemaní y de un desierto preñado de reventones y de estrépito sin sentido.
Pero, por debajo, hay una nueva soledad que, desde luego, es crucificante, pero que amanece en el Paraíso con Aquél que nos llama y nos levanta por encima de todo lo creado.
Alberto E. Justo