Se ha dicho, se nos invita -por medio de sabias voces- a aceptar lo inaceptable... Veamos, pues, de qué se trata...
El primer paso, que aquí nos interesa, es juzgar acerca de lo que ayuda o no en la vida contemplativa. Padece, el peregrino, innumerables pruebas y sufre grandes contradicciones porque aguardaba "otra cosa". Dios mismo calla (por decirlo de alguna manera) y un silencio angustioso responde a sus reclamos...
¡Claro! Sabemos (lo intentamos) soñar... Pero lo cierto es que ¡tantas veces! los "troncos y las piedras", de las que hablaba San Bernardo, no están. Por ello descendemos al corazón.
Pero más profundamente el altar de la Cruz nos habla de una altura y de una dimensión que no acabamos de descubrir en toda su gloria. El Señor fue "levantado" en la pasión más terrible de la historia humana. Fue víctima de la mayor de las injusticias y Su abandono es misterio que se abre en la Resurrección y en la Vida.
Cuando el peregrino viene por los caminos hacia los suyos y éstos no lo reciben y no lo reconocen y no lo comprenden... ¿se aleja de su vocación contemplativa o vive plenamente en ella? ¿Fue "aceptable" la cruz, según el criterio humano? ¿O lo inaudito abrió las puertas de la Vida, de la Única Vida?
Descubramos en silencio y soledad la presencia de la Resurrección en la misma Cruz, la Luz escondida en el secreto inviolable, en suma, la Luz en la noche... ¡Porque la Aurora está muy cerca, aunque los necios y los torpes claven y planten la Cruz!
Alberto E. Justo