Sigo, quizá, otros pasos que no sospechaba. Pero sigo y sigo y no dejo de caminar... No sé si, en realidad, camino o simplemente sigo. Pero me doy cuenta de que no soy yo quien camina sino Aquél que sigue su andar y su Abandono al cuidado del Padre.
Esplendor nunca sospechado, cuya Luz sigue la de la Estrella, desde muy lejos y muy cerca, donde Dios llama y sigue llamando y vuelve a llamar.
¡Por fin oigo los latidos del Corazón de Cristo! Reposo en su silencio y en su paz. Sin buscar más.
Alberto E. Justo