Hoy sabemos, por la experiencia de cada día, que nuestros tiempos parecen haber desterrado el silencio. Los ruidos se multiplican de mil maneras, pocos pueden resistir algunos minutos sin decir "esta boca es mía", sonidos, alarmas, llamadas, operaciones de todo tipo, aparatos y equipos que producen de todo... ¿Entonces? ¿Es imposible vivir el silencio en estas horas nuestras, donde por gracia de Dios nos hallamos?
Si contemplamos la realidad con cuidado comprobaremos algo muy importante: el sonido es efímero, externo, y afecta sólo la superficie... El "centro" de las cosas y de la vida, lo profundo, es enteramente silencioso. Es urgente mirar hacia adentro... Es urgente detenerse MÁS ALLÁ. Es posible observar una planta admirando su vida, su principio, su sentido. Cuando algún estrépito nos mortifica es preciso despertar la PIEDAD en el corazón, que nos permite juzgar las cosas no como molestas o agradables, sino según un sentido superior: quizá el papel que juegan en la historia de la tragedia humana.
Los pasos de la historia son silenciosos. Su sentido no grita. Quizá clama, precisamente en silencio, con una plegaria ignorada, la propia de los peregrinos que tienden a un fin más alto e insospechado. Por ello enmudece. Sí, enmudece por un asombro que detiene el andar apresurado y carente de paz... Es posible, y muy posible, dejar que la consideración de estas cosas ascienda a la superficie. Pero sólo puede lograrse por medio de un respeto renovado y con la delicadeza propia del alma que abre los ojos al misterio del ser...
Alberto E. Justo