Se ha dicho, con toda razón, que nadie está menos solo que el solitario que abre su corazón a Dios. Esto es verdad. Pero me atrevo a añadir que ciertas experiencias, cuando se padece la soledad y el abandono de la "noche oscura", invitan -aunque parezca una paradoja- a prestar entera fe y confianza a la Presencia inefable... No, no vamos solos. Nuestro camino es, siempre, camino de Dios. Y en esos momentos de prueba, cuando nos damos cuenta de la impotencia, cuando nos envuelve no sé qué indignación ante el mal inevitable, nos hallamos, de golpe, en la oración del Huerto, sin otra explicación. La fatiga nos ahoga, el camino parece no acabar, las vueltas y vueltas se hacen más dolorosas por lo imprevistas... Todo esto es así, pero cada vez la soledad disminuye para llenarse toda de Dios.
De nuevo... "No temas". Las peores intrigas de este mundo (de cualquier mundo, aunque tenga no sé cuál "prestigio"), no son, no existen. Sabemos que en nuestros días abunda el resentimiento y la envidia, cuanto falta la misericordia y se echa de menos la compasión. Y esto en los ambientes donde la magnanimidad y la pureza debieran brillar hasta en los gestos más pequeños. No ha de importar constatación tan dolorosa, sino animarnos a confiar , cada vez más, en la Presencia inefable de Dios.
Alberto E. Justo