¡Tanto soñamos, cada día, con un "lugar" mejor! Los hay en este mundo... ¡Vaya si los hay! Esos "oasis de paz", que las descripciones de las guías para turistas señalan en muchas partes. Pero los "oasis de paz" cargan un nombre engañoso. Porque la paz depende -en cierto modo- de las nubes interiores, que cubren el límpido cielo del alma. Porque la paz depende -en cierto modo- de la ausencia de temores, de reparos, de apegos, de vanidades, de obsecuencias y de todas esas cosas que "hacemos", a hora y a deshora, para no sé qué.
Cuando el hombre descubre que hay "otra cara", "otro lado", desde luego no perceptible inmediatamente a los sentidos exteriores, cuando cae en la certeza de que es un "desterrado", un "exiliado", en los páramos de un mundo en fuga y en caída, entonces, sólo entonces, suena un llamado, se despliega un horizonte diferente que lo invita, de nuevo, a caminar.
El "otro lado", la profundidad, se alcanza, claro está, por el desapego y el desasimiento. Cuando el hombre se "separa" de su propio aturdimiento y descubre hasta qué punto ha sido esclavo de nada. Es verdad que la liberación comporta renuncias que parecen muy grandes, abandono de "certezas" y seguridades hueras... ¡Claro! volver a casa, a lo profundo, al corazón, requiere un viaje y una travesía. Pero no es cuestión de retardar más tiempo la partida.
El alma es como un leño, el Espíritu es como el fuego. El Espíritu viene a introducirse en el alma... Pero el fuego arde con el aire, sin aire no puede quemar, ni introducirse en la madera hasta transformarla... Y el aire es como la libertad.
Alberto E. Justo