Tantas veces nos fastidia no hallar la respuesta aguardada o nos sentimos mal porque no llega ese mensaje o esa "presencia" que hubiera podido darnos no sé qué bienestar. En la otra columna figuran discursos y más discursos, explicaciones y hasta diplomas. También congresos y reuniones, que nos hacen sospechar que de no participar nosotros perderemos las mejores oportunidades.
¡Cuántas cosas! Éstas y otras... ¡Cuánto creemos necesitar! Y más todavía, si no nos llega esto o aquello acabamos por entristecernos... ¿Dónde quedamos? ¿No nos quieren ya?
Y sin embargo, lo tenemos todo y más que todo. Es audaz decirlo así, pero la verdad es que no necesitamos nada. ¿Por qué no descendemos a nuestro silencio escondido y dejamos que en él se nos den todos los regalos? ¿Necesitamos siempre -para orar- un libro de plegarias? ¿Dónde están las de nuestro corazón? ¿Hemos perdido la fecundidad o nos quedamos dormidos?
¿No podemos, acaso, levantar el espíritu? ¿No sabemos que hay Quien siempre acude a "levantarnos"?
Volvamos a viajar. Dejemos las consideraciones vanas y efímeras. Allí está el sol (aunque se encuentre hoy cubierto de nubes) que nos canta la resurrección y la vida.
Llevas un tesoro muy grande. Tienes toda la vida. Tu vida vale porque Dios se ha empeñado en ella... Animémonos a descubrir, a rescatar esos latidos, ese respiro participado... Alguien ha dicho: cuando aspiramos, Dios nos da su respiro; cuando Le entregamos el nuestro, Dios lo absorbe en el Suyo.
No te descorazone el ámbito desolado del Desierto. Hay pocas respuestas, pero tienes las mayores. Profundízalas una y otra vez. Nadie te pide esto o aquello. El Señor no busca tus cosas, ni aún tus obras... El Señor te quiere a tí.
Alberto E. Justo