Cuando el alba ilumina nuestras horas hemos de juzgar oportuno y urgente alcanzarla o dejarnos alcanzar por ella... ¿Cómo? En la aspiración profunda que sabe recibir el soplo de Dios.
Cuando la calma se apodera del corazón sabemos que este soplo divino ha ascendido a la conciencia y podemos libremente gozar de él...
Sabemos que nunca acabamos de "ahondar". La paradoja permanente consiste en tender siempre más allá y lograr, entonces, lo que es "más aquí", más inmediato; lo que un "pudor" espiritual no nos permite explicar sino percibir en el silencio de nuestro interior. Lo que tantas veces aparece lejano es, sin embargo, lo más cercano.
Es el horizonte siempre abierto a los mayores paisajes del alma, de ayer y de siempre. Lo que ha quedado en el recuerdo luminoso sigue presente, sigue hoy, como peldaños de una escala invisible que nos invita a seguir aún más alto.
La palabra, las flores, las perspectivas celestes, como el firmamento y las estrellas, siguen cantando a Dios y anunciando, no sólo la obra de sus manos, sino su inefable Presencia.
Alberto E. Justo