Aunque no lo sospechemos... Nuestra oración no se detiene si brota, con humildad y confianza, en el mismo Corazón de Dios. Nadie lo sabe, nadie puede adivinar la inmensa e infinita misericordia del Señor, que -sin demora- nos acoge y nos sumerge en el mar de su Amor... Y nos perdona, y nos vuelve a perdonar, y nos eleva, y nos abre Su Morada que se hace nuestra.
En la quietud de su Presencia Única todo se transfigura. Lo que parecía no estar: está y es más íntimo y profundo... Hay una "sonrisa" del Señor que nos recuerda a la sonrisa entre Él y su Madre y nos rescata y nos hace renacer en esa Fuente inefable que no podemos explicar ni describir.
¡Oración silenciosa y admirable!
Alberto E. Justo