Has llegado ayer, sí, ayer mismo, al puerto ansiado. Las montañas vistas desde lejos se nos antojaban lejanas, inalcanzables tal vez. Hoy has visto, quizá sin apuros, que tu arribo fue ayer. ¡Ya estás, ya te encuentras, ya no tienes que correr!
Es hora de recuperar ese sentido profundo que te ayudará
a seguir hacia dentro, lejos de prisas y de superficialidades, lejos, en suma, de las tentaciones que asaltan a los viandantes de camino.
Reposa -pues- en tu corazón, en tu misma vida que es de Dios, que es Dios. Y calla... No dejes que ningún palabrerío te aparte o distraiga tu ruta. Muchas veces salimos de casa y nos perdemos buscando lo vano de situaciones soñadas y nada más.
El Señor ya entra para quedarse contigo. Serás -siempre- un sólo Espíritu con Él.
Alberto E. Justo