¿Aceptar, así no más? Mil
veces preguntamos y nos planteamos nuestra impotencia ante lo que nos suena difícil
o injusto... Y acabamos meditaciones y reflexiones con un gesto de perplejidad,
diciéndonos: -no puede ser...
Y la ansiada respuesta o el sentido de lo que ocurre, con la
solución deseada, escapa a nuestro alcance. ¿Entonces?
Es urgente convencerse que la realidad no es lo que aparece “a
primera vista”. Las dimensiones mayores de hechos y de acontecimientos quedan
veladas o simplemente escondidas detrás de lo que vemos o sentimos... Quizá
todo es figura o eco de lo que corre, como río caudaloso, en profundidad. O
nada más que una señal o un “paso” que es preciso atravesar.
Cuando sufrimos o padecemos algo inmediatamente buscamos al
culpable o a la situación causante de nuestro dolor o de la contrariedad
molesta. ¡Rápidamente estamos dispuestos a acusar a quien sea o lo que sea!
Pareciera que hay más víctimas que victimarios... En suma,
el enojo y el disgusto desplazan a la posible compasión...
Pero quien padece puede descubrir que todo aquello que hiere
será superado o, mejor, trascendido, cuando un “oriente” espiritual, un
amanecer de resurrección y de vida se apodere de su corazón. Quizá cuando ese “corazón”
se afirme en sí mismo, desasido y levantado por el Misterio que es su respiro.
Andar por la tierra no me impide sino que me invita a
contemplar el Cielo y a desearlo, anticipándolo hora tras hora, día tras día. Tal
vez lo “negativo” sea una ocasión de lo “positivo”... Porque no hay “grande”
sin “pequeño”, ni “victoria” sin “derrota”.
¡Ah! ¡Qué invitación, qué vocación ésta de “más allá”! ¡Magnífico
desafío que precisa de magnanimidad y constancia!
¡Gocemos de la contemplación en la Resurrección de Aquél que
nos ha enviado Su Espíritu, que es nuestra vida!
Alberto E. Justo