Muchos son los parajes que
atraviesa el peregrino. Quizá la mayoría no los imaginara nunca... ¿Quién puede
sospechar tantos derroteros, aquí y allá?
Pero hay un camino, camino único, que no podremos señalar jamás
en las cartas geográficas, ni en los planos, ni en nuestra imaginación. Y por él
venimos andando desde hace mucho tiempo, y no “cualquier” tiempo, al antojo del
reloj o del almanaque.
¡Ah, profundidad inmensa! El “desasimiento” nos abre a lo
inefable... No te aferres a lo que caerá mañana ni te dejes arrastrar por la
porfía de este mundo. Es verdad que hace mucho ruido, pero el viento del desierto
suele sacudir con mucha dureza. Trata de no tropezar ni caer, pero deja que sople
y nada más.
¡No importa la zona que ahora atraviesas! Puede ser
cualquiera, más da... Déjala pasando
sobre ella y más allá de ella. Déjala, trascendiendo los infinitos accidentes
de la historia desde la hondura de tu corazón.
Lo “infinito” está hacia adentro, no es extensión ni sabe de
medidas. Sin medida y sin modo, decían antiguos maestros...
Si “dejas”: amanece. Aguarda la Aurora que ya quiebra las
sombras más densas de la noche. Si has aprendido, como las lechuzas, a ver en
la noche oscura: fortalécete en la esperanza, que ya llega la hora.
Alberto E. Justo