Pasando la callada sombra de
un sauce
Aguardábamos en la soledad
perdida
Ese fruto siempre nuevo
Que nunca acabamos de
alcanzar.
Brisa suave, delicadeza,
Y nada, nada más…
Dices: -quiero poseer esa brisa, quiero alcanzar…
Lo inalcanzable. Eso que
pierdo, eso que me parece cercano…
Te propongo esto… Vuelve, poco a poco, a tu corazón. Desde
luego, inicialmente: calla. Con serenidad y paz huye de las consideraciones (de
todas ellas) que, desde hace poco o desde hace mucho, te abruman o molestan.
Déjalas de lado. Puedes decir dos cosas: o todas ellas te sirven para tu bien
espiritual (incluidas las humillaciones y los fracasos) o de nada valen y no tienen
peso alguno: no existen.
Lo más probable es que tengan su sentido. Quizá enseñarte
(con insistencia) a no temer. Tal vez, con mayor fuerza, a que compruebes que,
a pesar de todas ellas, puedes y debes seguir tu camino. Lo que parece estrujar
la libertad puede convertirse en el detonante de la conciencia para vencer a
todos los enemigos de ella.
Luego investiga acerca de un primer descenso, hacia adentro.
Lo primero será valorar el don de Dios que eres tu mismo. Nada ni nadie te
quita tu lugar en el Corazón del Señor. Si lo aceptas: te encuentras en Él. Así
de simple.
El Amor de Dios no se adquiere ni se compra. Has de
aceptarlo. Vive estos instantes de meditación con suma sencillez. No es
necesario que asistas a ninguna carrera, ni corrida, ni examen. Ni que acudas a
recibir premios necios, ni que te veas rodeado de mirones impertinentes. Nadie
te juzga, porque nadie puede juzgarte. Si alguien se entromete, déjalo pasar. Y
nada más.
Entonces: olvida. Porque lo más profundo no tiene figura
para ti, sino silencio.
Y pasa adelante. Acoge, descubre la sonrisa inefable entre la Madre y su Hijo, entre Jesús
y María. Quédate allí (aquí) un instante. Alégrate… Piensa que nada ni nadie te
aleja de esta maravilla, que es tu participación escondida en la soledad de tu
ermita. En medio de tu santuario, en tu corazón.
Haz silencio, no te agites ni procures cosa alguna… Déjate
llevar por esa brisa que es amor inefable.
Quizá algunos “pensamientos” acudan a perturbar precisamente
en este momento. Pues nada, no te identifiques con ellos, sepárate… Entre ellos hay aperturas, espacios, grietas…
Vuélvete y pasa más allá y a través. Sírvete de la puerta estrecha. Reposa…
No aguardes esto o aquello. No te sorprendas de pensamientos
nuevos, ni de situaciones o sucesos desagradables. No temas las tinieblas: allí
está el Señor de camino. Silencia todas las voces impertinentes. Tú mismo
puedes hacerlo en tu interior.
Y abandónate.
Firme en la Fe ,
no vaciles. ¿Qué o quién puede apartarnos del Amor de Dios?
El Silencio en el corazón es densidad, es Presencia.
Persevera y no temas.
Alberto E. Justo