El camino silencioso no sabe
de agitaciones vanas... Porque el corazón recogido tiene ya su morada y ésta no
se perderá jamás. ¿Por qué temer? Pero es verdad que ciertas conductas (a la
moda de hoy o a la de siempre) conmueven y parecen impedir o perjudicar los pasos,
nuestros pasos. Son los gritos y las amenazas... Pero esto es lo propio de los
muy débiles. En efecto, el más débil amenaza porque más no puede...
La labor del peregrino es superar las instancias falsas de
las muchas cosas que oye, de todo cuanto grita, de todo el aparato que precisa
la mentira para alcanzar sus objetivos y desarticulaciones...
Tornar incesantemente al silencio, sabiendo que siempre
estamos donde deseamos estar, aunque el mundo exterior nos quiera convencer de
otra cosa. No son los cercanos, ni los lejanos, los que han de reclamar nuestra
atención. El Señor nos llama, sí, a cada uno, personalmente, directamente. Tengamos
presente, sin olvido, esta palabra del Señor en el Evangelio de San Juan ante
la pregunta de Pedro: -Señor ¿y éste qué? Y la respuesta que ilumina nuestras
horas y congojas: -¿y si yo quiero que se quede hasta mi regreso, qué te
importa? Tú SÍGUEME.
En efecto, TÚ..., tú mismo, no aquel otro...
Alberto E. Justo